Retrato de D. Benito Pérez Galdós |
Se conmemora en este presente año 2020, el centenario de la muerte de uno de los más grandes y prestigiosos escritores de la literatura española. Don Benito Pérez Galdós.
Algunos
apuntes sobre su Biografía
Algunos
apuntes sobre su Biografía
Canario de nacimiento, recibió una rígida educación
cívica y religiosa como hijo de militar, que no le impidió conectar con las
ideas progresistas y liberales de su tiempo. Trasladado a Madrid para cursar
estudios de Derecho, pronto se convirtió en asiduo de tertulias literarias y
del Ateneo, abandonando sus estudios para dedicarse a lo que verdaderamente le
apasionaba: la literatura.
Con 27 años escribió su primera novela: “La Fontana de Oro” con un estilo realista que preludiaba ya su futuro como escritor.
Articulista en el periódico La Nación, tras el
fallecimiento de su padre comenzó la primera y segunda serie de novelas
históricas que lo llevarían a la fama: Los Episodios Nacionales,
inspirados muy probablemente por los relatos de guerra de su progenitor, que
había intervenido en la Guerra de la Independencia contra los franceses. El
éxito del primer episodio “Trafalgar” publicado en 1873, lo llevó a continuar
la serie en otros 19 fascículos, que culminarían con el episodio “un faccioso
más y algunos frailes menos” finalizado en 1879. Durante esta primera fase
escribió también otras novelas como “Doña Perfecta” o “La
familia de León Roch”, tras la que entraría en una etapa de realismo pleno,
caracterizada por el profundo análisis psicológico de la burguesía, suavizado
por el fuerte sentido del humor del estado llano, al que también daría voz en sus
escritos. Durante esta etapa culminó también algunas de sus novelas más
famosas: “Tormento”, “La desheredada”, “Fortunata y Jacinta”, “Miau”,
ambientadas en la época de Isabel II y en la restauración borbónica.
Galdós al poco de llegar a Madrid |
En 1889, tras el éxito de su novela “Angel Guerra”,
entró en la Real Academia Española a pesar de la oposición ultra-católica, y en
1891, por iniciativa de Sagasta, fue nombrado diputado por Puerto Rico. Durante
este período escribió varias novelas como “Realidad”, “La loca de la casa”, “El
abuelo”, “Misericordia”, “Nazarín” y “Electra”, algunas de las
cuales fueron adaptadas al teatro y le reportaron gran fama.
Comprometido desde siempre con la realidad del país,
en 1907 fue elegido diputado por la coalición republicana-socialista, sin
vislumbrar que ese detalle le impediría obtener el Premio Nobel de Literatura,
debido a la oposición de las fuerzas conservadoras de su propio país. Pocos
años después abandonaría la política y se dedicaría de lleno a escribir los
siguientes capítulos de los Episodios Nacionales, que acercarían la Historia
del siglo XIX de forma amena a todo tipo de lectores.
Benito
Pérez Galdós literato
Benito Pérez Galdós fue el más prolífico escritor del
siglo XIX, ya que escribió treinta y dos novelas, cuarenta y seis episodios
nacionales, veinticuatro obras de teatro, además de infinidad de artículos,
cuentos, traducciones, prólogos y críticas literarias.
D. Benito Pérez Galdós en su madures |
En su inconmensurable labor, Galdós transformó la
narrativa española del Siglo XIX, dotándola de gran realismo y expresividad.
Sus novelas recogen las intrigas y convulsos acontecimientos de la época,
retratando con especial fidelidad (mediante personajes ficticios) la
anquilosada, petulante e hipócrita sociedad burguesa de la época, en
contraposición a la inculta, ingenua y desenfadada vida del pueblo llano. Por
sus escritos van a desfilar mendigos, burgueses ricos y burgueses
pobres, nobles arruinados, clérigos, militares, funcionarios, jornaleros,
individuos de ideas liberales y retrógrados conservadores, personajes fanáticos,
estrafalarios, mezquinos, bondadosos e hipócritas. Pero es que además Galdós es
un gran creador de ambientes. Sus escritos desbordan viveza y colorido,
introduciéndonos con visión casi cinematográfica, en los usos y costumbres de
las diferentes clases sociales, pasando de los salones palaciegos, a las
calles, comercios, casas de huéspedes, tertulias de café y barrios pobres de
ese Madrid mezcla de “poblachón
manchego” y “villa y corte”, que tanto apasionaba al escritor. La magistral
utilización del lenguaje de los distintos personajes, nos va a transmitir
también un detallado análisis psicológico de los protagonistas, a la vez
que un profundo conocimiento del alma humana.
Galdós es, en definitiva, un nuevo Cervantes del Siglo
XIX (con el que se pueden establecer multitud de paralelismos) además de
nuestro mejor representante del realismo europeo, junto a grandes escritores
como Balzac, Flaubert, Zola, Dostoievski, Tolstói, Dickens etc. Sin abandonar
esa dimensión internacional, Galdós es además un profundo analista de la
realidad de nuestro país. De esa eterna España enfrentada. De esas dos Españas
obstinadamente divididas y cargadas de odio, alentadas por políticos petimetres
y poderosos gerifaltes sin escrúpulos. Ese concienzudo análisis de la realidad española,
lo convierten, hoy más que nunca, en un escritor de plena actualidad, cuya lectura es muy, pero que muy
recomendable.
Los
Episodios Nacionales
Galdós con su perro en su vejez |
Se trata de un total de cuarenta y seis
novelas de corta extensión, divididas en cinco series. En ellas Galdós va a
sintetizar, de manera magistral, la historia novelada de gran parte del Siglo
XIX (Concretamente desde la derrota de Trafalgar de 1805, hasta la restauración
borbónica del año 1875), ayudado por distintos personajes de ficción que nos
irán narrando en primera persona los convulsos acontecimientos políticos y
militares del siglo, a la vez que numerosas intrigas y sucesos cotidianos. Con
un riguroso trabajo de documentación y un estilo muy vivo y animado, el autor
nos muestra un acertado retrato de la compleja realidad española, a la vez que
una historia palpitante muy cercana al vivir y sentir del día a día de sus
contemporáneos.
Los
Episodios Nacionales y la Mancha
Galdós en la plaza de Quintanar de la Orden |
Don Benito Pérez Galdós, al igual que
Cervantes, demostró un exhaustivo conocimiento de la comarca manchega, así como
del lenguaje y los usos y costumbres de sus habitantes. Tras leer sus novelas,
es fácil llegar a la conclusión de que Galdós entabló contacto con gran
cantidad de manchegos a lo largo de su vida, y que incluso visitó algunos de
sus pueblos (mitin republicano en la plaza de toros de Quintanar de la Orden en
el año 1909). Sus escritos están plagados de personajes manchegos y es sabido
que detrás de cada sujeto de ficción se encontraba otro real.
Personajes, en su mayoría, provenientes
de la fuerte inmigración manchega que había sufrido la capital a lo largo del
último siglo, sin contar los muchos que acudían diariamente a la capital para
vender sus productos y cerrar tratos y negocios. No hay duda que Galdós
prefirió desde siempre el contacto con las clases populares a las estiradas
esferas dirigentes, por lo que entabló comunicación con infinidad de
trajinantes, mesoneros, arrieros y no
pocos criados del Madrid castizo, procedentes
en buena medida de las comarcas manchegas y más concretamente de las provincias
de Toledo y Ciudad Real. No es de extrañar por lo tanto que localidades como:
Bargas, Torralba de Calatrava, Consuegra, Daimiel, Herencia, Horcajo, Almagro,
Valdepeñas, Argamasilla, Corral de Almaguer, Peralbillo de Calatrava, Villares
de Tajo, Tomelloso, Olías del Rey, Miguelturra, Aldea del Rey, Illescas,
Quintanar de la Orden, Ajofrín, Miguel Esteban, El Romeral, Villanueva de
Alcardete, Yepes, Madridejos, Puerto Lápice o Tembleque, por citar algunos
ejemplos, aparezcan mencionadas en sus novelas.
D. Benito Pérez Galdos en Quintanar de la Orden |
Los
Episodios Nacionales y Corral de Almaguer
Entrada a la Posada del Dragón en la Cava Bajaj |
En los comienzos del siglo XIX y a pesar
de la decadencia generalizada del país, Corral de Almaguer seguía siendo un
pueblo con cierto renombre. Atravesado por el Camino Real de Valencia-Cartagena
y rodeado de impresionantes arboledas [quién
las ha visto y quién las ve], se había convertido en parada y fonda
obligatoria tanto de diligencias, como de viajeros, arrieros y transportistas
de toda índole en su trayecto hacia levante, lo que suponía una importante
entrada de riqueza para la población. Era también, dado su amplio término y
extensión de montes [dónde andarán]
una de las localidades con mayor producción ganadera, vinícola y cerealista de
la comarca, de la que se surtían muchos almacenes, carnicerías y tabernas de la
capital.
Un detalle que no deja pasar don Benito
Pérez Galdós, cuando en el episodio
nacional número 30 titulado “Bodas Reales”, nos cuenta las
peripecias de doña Leandra y don Bruno, una pareja de ricos labradores
manchegos que deciden vender sus propiedades y emigrar a Madrid, para que el
marido se labre un futuro como funcionario. A diferencia de don Bruno, ella no
termina de adaptarse a la vida de la capital, por lo que todos los días, con
cualquier excusa, bajaba a las tiendas y mesones de la calle Toledo y la Cava
Baja, donde paraban los arrieros y tratantes manchegos, con el objeto de
entablar conversación y recibir nuevas de su adorada tierra, mitigando de esa
manera la añoranza que sentía por su localidad.
Ambiente madrileño de mercado a finales del Siglo XIX |
En palabras de Don Benito Pérez Galdós: “En
estas idas y venidas de mosca prisionera que busca la luz y el aire, doña
Leandra corría con preferencia cariñosa tras de los ordinarios manchegos que
traían a Madrid, con el vino y la cebada, el calor y las alegrías de la tierra.
Casi con lágrimas en los ojos entraba la
señora en el mesón de la Acemilería, calle de Toledo, donde paraban los mozos
de Consuegra, Daimiel, Herencia, Horcajo y Calatrava, o en el del Dragón (Cava
Baja), donde rendían viaje los de Almagro, Valdepeñas, Argamasilla y Corral de
Almaguer.
Bullicio de personas y equipajes tras la llegada de las diligencias junto a las Posadas de la Cava Baja |
No debemos
olvidar que Corral de Almaguer seguía siendo por estas fechas territorio
de la Orden de Santiago y una de las encomiendas más rentables y disputadas por
la nobleza. Es por ello que el rey Carlos IV -como Maestre de la Orden- había
decidido concedérsela a su hermano el Infante Antonio Pascual de Borbón. Un
detalle que va a incluir Galdós en el
tercero de sus episodios nacionales, titulado “el 19 de marzo y el 2 de
mayo”, al referirse a las circunstancias que condujeron al motín de
Aranjuez. Un golpe de estado, o quizás deberíamos decir una mascarada, que
pretendía expulsar del poder al legítimo rey Carlos IV y a su favorito (el
odiado superministro Manuel Godoy) entronizando a su hijo, el príncipe de
Asturias, como futuro Fernando VII. Una intriga liderada por el propio hijo del
Rey, con el apoyo de su ambiciosa primera esposa María Antonia, su preceptor y
guía espiritual (el siniestro cura Escoiquiz) y un grupo de nobles encabezado
por su tío el Infante Antonio Pascual y el Conde de Montijo. Una más entre las
muchas esperpénticas pantomimas urdidas por la nobleza y los poderosos de
nuestro país a lo largo de la historia, para controlar el poder a cualquier
precio.
El Motín de Aranjuez en un grabado de la época |
El problema es que, si bien el pueblo
llano –la despreciada “canalla” como
decían los nobles- odiaba a Godoy tanto como la misma nobleza y lo hacía
responsable de todos los males del país, no estaba dispuesta a jugarse la vida
por intrigas palaciegas. Es por ello que los propios nobles no tuvieron más
remedio que buscar y crear esos supuestos revolucionarios. Es decir: en vista
de la apatía del populacho, se vieron en la necesidad de confeccionar una turba
alborotadora y revolucionaria, a base de utilizar a sus criados y a los
habitantes de los pueblos de alrededor, previo pago –eso sí- de una jugosa
soldada, que incluía, además del dinero, viaje y vino a discreción.
El Infante Antonio Pascual (Museo del Prado) |
Como recogen los escritos de Galdos: “Los
españoles todos aborrecen a ese hombre (Godoy). Mas para que dejen
sus casas y tierras y sus caballerías por venir aquí a gritar, es preciso que
alguien les dé el jornal que pierden en un día como este.
Todos los que servimos al infante D. Antonio Pascual y los criados del
príncipe de Asturias hemos estado por ahí buscando gente. De Madrid hemos
traído medio barrio de Maravillas, y en los pueblos de Ocaña, Titulcia,
Villatobas, Corral de Almaguer, Villamejor y Romeral, creo que no han quedado
más que las mujeres y los viejos, pues hasta un racimo de chiquillos trajo el
Sr. Collado.
El colmo del esperpento del motín lo
constituyó el propio Conde de Montijo –uno de los principales conspiradores-,
disfrazado de aldeano para la ocasión “como El tío Pedro” dando
la voz de inició de la revuelta.
En otro orden de cosas, recoge Galdós
una última referencia a Corral de Almaguer en el ya comentado Episodio número 30 titulado “Bodas Reales”. Dicho episodio hace
referencia a la ceremonia que en 1846 unió en matrimonio político a la
reina Isabel
II con su primo Francisco de
Asís de Borbón, apodado “Paquita Natillas” por el pueblo,
hijo del Infante Francisco de Paula, (hijo a su vez del rey Carlos IV) y
también comendador de nuestra localidad durante una temporada.
Pues
bien, la trama, una vez más, gira alrededor de las peripecias de Don Bruno
Carrasco y Doña Leandra. Familia manchega de clase acomodada que, como
comentamos más arriba, había emigrado a Madrid en busca de una nueva vida como
funcionarios reales.
En esta
ocasión, don Benito Pérez Galdós identifica indirectamente a uno de sus personajes con nuestra localidad
y lo hace jugando con dos de los viejos estereotipos que arrastraba Corral de
Almaguer entre los pueblos de alrededor, el primero: “el de ser un pueblo de curas y el más beato de toda la provincia”,
por haber albergado en el pasado una de las mayores comunidades judías de la
Mancha y haberse acostumbrado sus habitantes a aparentar ser más cristianos que los demás para evitar suspicacias con
la inquisición. Y el segundo: el de ser
un lugar de muchos y altivos hidalgos.
El cura D. Ventura Gavilanes |
Sean ciertas
o no esas teorías, fueran esas o no las causas de la supuesta beatería de la
población, el caso es que don Ventura
Gavilanes, un cura como Dios manda según Doña Leandra -para quien los curas
manchegos eran superiores a todos los curas de la cristiandad- procedía por
parte de madre de nuestra localidad. Añadiendo Galdós en un guiño burlesco a la
petulancia de la nobleza corraleña, que se encontraba entroncado con los
Garcinúñez de Corral de Almaguer. "Ahí es ná".
Y es
que doña Leandra, temerosa de que le llegase la muerte sin avisar, decidió
solicitar a su hija que le trajese un cura para que la oyera en confesión y la
ayudase a poner su alma en paz. Pero claro está, no valía cualquier cura. Debería
ser un cura Manchego.
«Lo
primero que tengo que pedirte, hija mía, es que no me traigáis acá para que me
confiese, sacerdote que no sea manchego. Desde ayer siento el afán de arreglar
el negocio de mi alma para que no me coja desapercibida la muerte... Mas no
quisiera que me encomendaseis a clérigos de Madrid, a quienes tengo por
farsantes, parlanchines y de poca substancia, como todo lo de este maldito
pueblo. Me figuro que si con uno de estos me preparara, no tendría mi cabeza el
asiento preciso para una buena confesión, ni se quedaría mi conciencia
satisfecha y sosegada».
Admitiendo
la superioridad de los curas manchegos entre todos los de la cristiandad, quiso
apartar Lea (la hija de doña Leandra) de
la mente de su madre la convicción de un próximo fin, y en ello gastó no poca
saliva. «Yo sé lo que me digo -replicó Doña Leandra-, y tú habrás oído que al
que madruga Dios le ayuda. Quiero madrugar por si el día primero que viene es
el último de mi vida... Para procurarme el sacerdote de mi tierra que necesito,
tendrás que verte primero con mi amiga la María Torrubia, que vende avellanas y
yesca en la Fuentecilla o en la Puerta de Toledo, y así matamos dos pájaros de
un tiro, porque al paso que nos hacemos con un buen cura, verá mi amiga que no
me olvido de ella... Habrá creído que la desprecio por pobre o que en poco la
tengo, y no es así, pues la estimo de veras... Antes que se me olvide, te
recomiendo que, una vez yo difunta, le des a la Torrubia mi traje de merino
negro y los dos refajos obscuros, el pañuelo nuevo de la cabeza y lo demás que
a ti te parezca... Pues sigo: la María te dirá dónde encontrarás a D. Ventura
Gavilanes, que es un señor cura de grandísimo respeto, aunque a primera vista
no lo represente así su estatura corta, la cual casi debiera llamarse enana.
Pero todo lo que le falta de tamaño al buen señor, le sobra de entendimiento y
de cristianismo. Es de Hinojosa de Calatrava, y por su madre está entroncado
con los Garcinúñez de Corral de Almaguer. Desde que le oyes dos palabras a este
D. Ventura conoces que es de la tierra, y hasta parece que le sale el olor de
ella de las manos y boca. De allí le mandan en cada San Martín, según me dijo,
torrezno superior, magras y un codillo de cerdo que ya lo quisiera el Rey de
España para los días de fiesta. A nosotras nos conoció cuando era mozuelo, pues
en Peralvillo vivió con su tía, Casiana Conejo, apodada la Fraila, de quien te
acordarás... Quedamos, hija, en que te verás con D. Ventura, el cual dice su
misa todas las mañanas en San Cayetano, y no vive lejos de allí, según creo,
pues su hermana tiene un despacho de leche en la calle de los Abades, y su
cuñado, natural del Toboso, es dueño de la tienda de ataúdes y mortajas de la
calle de Juanelo...».
No
tardó Galdós en rebajarnos las expectativas de don Ventura, al describírnoslo como
un cura minúsculo, casi enano y suponemos que regordete. Vamos… un “tapón de alcuza” que diríamos en
nuestra localidad.
Vieron
los chicos, no muchos días después, que entraba en la casa el clérigo de más
exigua talla que sin duda existía en toda la cristiandad, D. Ventura Gavilanes,
y al punto comprendieron que era el confesor manchego solicitado por su buena
madre con tanta piedad como patriotismo. Mantuviéronse los muchachos
silenciosos en su habitación, mientras Doña Leandra, que ya no salía del lecho,
confesaba con el cura minúsculo.
Y con esta última referencia de Galdós a Corral de Almaguer, damos
por finalizado este pequeño artículo de aproximación a la ingente obra de uno
de los grandes entre los grandes de nuestra literatura. Un escritor llano y
sencillo, ameno y divertido, que nos ayudará a comprender mejor la Historia del
Siglo XIX y los continuos vaivenes de la sociedad española de nuestros días.
Rufino Rojo García-Lajara (Enero de 2020)
No hay comentarios:
Publicar un comentario