Procesión de Santa Águeda con la alcaldesa de honor.
Cuentan las crónicas que
Santa Ágata de Catania (conocida en España como Santa Águeda o Santa Gadea) era una
hermosa muchacha de familia noble que vivió en la isla de Sicilia en tiempos
del emperador romano Decio, o quizás Diocleciano –que de esto no hay
certidumbre-. Rutilante y bella cual fulgurante estrella del firmamento, no
tardó el gobernador Quinciano en poner sus ojos en la muchacha y hacerla objeto
de sus deseos. Pero mira tú por dónde, como seguidora de la secta de los
cristianos, Águeda había decidido entregar su virginidad a Cristo y dedicar su
vida a la pequeña comunidad religiosa de la isla. Enterado el gobernador de las
intenciones de la muchacha y teniendo en cuenta que pertenecía a la casta de la
nobleza, decidió utilizar con ella un proceso de reeducación, a base de
enviarla al prostíbulo más conocido de la ciudad, el de Afrodisia, convencido
de que, influida por el ambiente del local, acabaría cayendo inevitablemente en
los placeres de la carne.
Celebramos con cierta frecuencia festividades
y tradiciones que han sobrevivido al paso del tiempo, con la alegría y el entusiasmo
de compartir unos días entrañables junto a la familia, los amigos o los
vecinos. Algo totalmente lógico, comprensible y hasta saludable, pues son este
tipo de conmemoraciones las que contribuyen a reforzar nuestras raíces y
nuestra identidad como miembros de un mismo clan. Sin embargo, absorbidos y
entusiasmados por los ritos y ceremonias que componen estos actos festivos, pocas
veces nos hemos parado a pensar sobre el origen y el porqué de esas mismas solemnidades.
Empeñado en sacar a la luz los
cimientos que sustentan nuestra identidad como corraleños, hoy toca hablar de
una de las celebraciones más antiguas, populares y entrañables de la población, así
como una de las que cuenta con más elementos paganos en su fundamento: La
festividad de San Antón.