(Extracto del libro Grandezas y Bajezas de la aristocracia corraleña del siglo XVI)
A pesar de la
idea de represión y fanatismo que solemos tener de la etapa medieval, fruto en gran medida de la visión del mundo que nos han legado
las películas de este género, la realidad es que desde los siglos XII y XIII se
fue instalando en las mentes de las autoridades religiosas y seglares de
Castilla, un concepto de tolerancia hacia la práctica de la prostitución, que
acabó por considerarla como un “mal menor” necesario para el “bien común” y el
mantenimiento del orden social. La aceptación del comercio del sexo se
encontraba tan extendida entre todas las capas de la sociedad, incluido el
clero, que los teólogos no tuvieron más remedio que hacer encaje de bolillos
para intentar justificar esta práctica -a todas luces reprobable desde el punto
de vista religioso- dentro de la filosofía que marcaba la cruda realidad. Es
por eso que llegaron a la ambigua conclusión de prohibirla totalmente por el
derecho divino, mientras sólo se reprobaba y pasaba de puntillas o “con
disimulo“ por el derecho canónico. En resumidas cuentas, uno de esos galimatías
contradictorios tan utilizados por las autoridades eclesiásticas de todos los
tiempos.