El último Collado de Corral de Almaguer |
Existe una perversa satisfacción, mezcla de envidia, admiración y su poquito de odio, en contemplar la debacle de aquellos que están por encima de nosotros. Ser testigos de la desgracia de aquellos a los que envidiamos, especialmente en cuestiones económicas, físicas o de éxito social, produce en nosotros una sensación obscena rayana en la felicidad y un esbozo de sonrisa maliciosa, que no podemos alejar de los labios por más que choque con nuestra concepción cristiana de la compasión. Ver cómo caen esas “torres tan altas” que han sido objeto de muchas de nuestras conversaciones, produce en nuestras mentes una sensación de placer y equidad tan gratificante, que no dudamos en achacarla a la justicia divina y disfrazarla de lástima ante los demás, mientras lavamos nuestros malos pensamientos soltando esa vieja frase convertida por las telenovelas en compendio de la igualdad: “Los ricos también lloran”