Retrato de fraile dominico (el Greco) |
INTRODUCCIÓN
Muchos fueron los vecinos de Corral de Almaguer que a lo largo de la historia escalaron las más altas dignidades eclesiásticas y civiles del reino, consiguiendo para ellos y sus familias no sólo poder y riqueza, sino un estatus y reconocimiento que, especialmente en su localidad natal, solía manifestarse con la edificación de una gran casa representativa que simbolizara la grandeza del apellido. Esto último se vio reflejado en Corral de Almaguer desde finales del Siglo XV y hasta bien entrado el XVII, llegando a contabilizarse hasta 53 casas de hidalgos y familias pudientes que embellecían el casco antiguo de la población.
Esta etapa de esplendor, que coincide en su totalidad con la época de desarrollo económico, social y cultural que se vivió a lo largo del llamado Imperio Español y especialmente durante los reinados de Carlos I y Felipe II, comenzará su declive durante el Siglo XVII, de forma paralela a la decadencia de la monarquía durante el reinado de los últimos Austrias. Pero incluso en períodos de decadencia, podemos encontrar aún un último corraleño que consiguió llegar a la cima de su carrera religiosa. Y no me estoy refiriendo a la obtención de un obispado, una abadía o un priorato, sino a un puesto tan cercano y con tanta influencia sobre el propio Rey, que muchos religiosos de su tiempo hubieran vendido su alma al diablo por conseguirlo: el de Confesor Real.
ANTECEDENTES
Y BIOGRAFÍA
Fray Juan Martínez López-Carbonero, o Fray Juan Martínez Grima, como le gustaba nombrarse a sí mismo, o Fray Juan Martínez del Corral, como era conocido en la Corte, había nacido en el año 1590 en Corral de Almaguer en el seno de una familia relativamente acomodada. Descendía de los Martínez Philipe y los Grima por parte de padre -con un reconocido Prior de Uclés entre sus parientes- y por parte de madre de los López-Carbonero, una de las familia más antiguas de la población, que a pesar de no contar con título de hidalguía (quizás por lejanos antecedentes) estaba catalogada entre las más acaudaladas de la villa y como tal había casado a sus descendientes con las familias hidalgas del municipio.
Fachada de la iglesia y convento de San Esteban de Salamanca |
Tras acabar sus primeros estudios en Corral de Almaguer ayudado por el maestro de latines que pagaba el patronato de la Capilla de los Gascos a familiares y parientes, Juan Martínez ingresó con 16 años en la Orden de Predicadores (dominicos) y más concretamente en el Convento de la Santa Cruz de Segovia. De ahí pasó al célebre Convento de San Esteban de Salamanca, en el que ya apuntaba maneras, para finalizar sus estudios de teología en el Colegio de Santo Tomás de Alcalá de Henares, donde fue lector de arte, maestro de estudiantes y lector de teología. Terminada su formación y ordenación sacerdotal, pasó inmediatamente a ejercer como profesor de Teología en varios conventos de la Orden.
Retrato del Infante Baltasar Carlos (Velázquez) |
Gracias a su ganada fama de hombre sabio, el maestro Martínez fue nombrado relator (asesor de teología) de la Inquisición en 1636, confesor del príncipe Baltasar Carlos y su hermana María Teresa en el año 1642, para pasar poco después a confesar a la reina Isabel de Borbón (primera esposa del monarca) y finalmente al propio rey Felipe IV desde 1644 hasta su muerte en el año 1665. Incluso después de la muerte del rey, fray Juan siguió confesando durante algún tiempo a la segunda esposa y sobrina del monarca Mariana de Austria y a su hijo Carlos II en su minoría de edad.
La reina Mariana de Austria. Sobrina y segunda esposa de Felipe IV (Velázquez) |
Por otro lado, su cercanía al soberano se vio recompensada con la promoción a Consejero Real, miembro de la Junta de Obras y Bosques, e Inquisidor General interino, rechazando –según sus biógrafos- los obispados de Jaén y Santiago de Compostela que le ofreció el Monarca, así como la abadía de Alcalá la Real. Esa misma cercanía le permitió convertirse en mecenas de las artes y las ciencias y reponer la biblioteca del Escorial que había resultado terriblemente afectada por un incendio, además de crear ocho becas para estudiantes en el convento de Segovia, sin contar las numerosas donaciones que hizo a la parroquia de Corral de Almaguer y especialmente a la capilla de sus primos los Gascos, de la que se convertiría en patrón.
Claustro del convento de San Pedro Mártir de Toledo |
Un increíble aumento de frailes que, sin embargo, no se correspondía en absoluto con un aumento paralelo de vocaciones, pues lo cierto es que los conventos españoles se convirtieron durante la crisis económica de los Siglo XVII y XVIII en refugio de hombres y mujeres que tan sólo buscaban un plato diario de comida. En 1621 el Consejo de Castilla, informaba a Felipe IV de que «la mayoría del clero regular en la actualidad en estos reinos sigue este camino como medio de conseguir suficiente alimento para comer, más que por su auténtica devoción cristiana» No es de extrañar por lo tanto que en el convento dominico de San Pedro Mártir de Toledo se llegasen a contar hasta 15 corraleños por estas fechas y en el de Ocaña 23. Sin embargo, no debemos pasar por alto que también hubo muchos otros que vivieron su vocación con auténtico espíritu religioso -no exento de ambición- como fue el caso de nuestro paisano Fray Juan Martínez López-Carbonero.
Retrato de fraile dominico (Rubens) |
Desde la Edad Media, el confesionario regio estuvo controlado casi en exclusiva por la poderosa Orden de Predicadores (los dominicos) cuya elocuencia y estudios teológicos los hacían especialmente adecuados para aconsejar a los monarcas en las cuestiones espirituales. De esa cercanía al trono la Orden obtenía numerosos beneficios, pues los reyes y los altos cargos de la Corte, a instancia de los confesores, se convertían con frecuencia en patronos y protectores de nuevos monasterios y conventos dominicos, a los que ayudaban y engrandecían económicamente. Si tenemos en cuenta además que los monarcas españoles disfrutaban del derecho de presentación de aspirantes a obispos, arzobispos y otras dignidades eclesiásticas ante el Papa (que solía rubricarlos sin problemas) y que ese tema los reyes solían dejarlo en manos de sus confesores, entenderemos el poder que ostentaban y la red clientelar y de adulación que se fue tejiendo a su alrededor. Eso sin mencionar el descarado nepotismo que suponía promover en las sedes obispales a miembros de su congregación, cuando no de su propia familia.
Fraile jesuita (Ribera) |
Este hecho acarrearía una auténtica batalla dialéctica entre las dos órdenes religiosas, a la que se uniría el conflicto por el dogma de la Inmaculada. Una lucha muy arraigada entre el pueblo llano (en el vecino pueblo de Horcajo de Santiago se sigue celebrando la fiesta del Vítor como reflejo de aquél antiguo desacuerdo) que enfrentaba a los que apoyaban el culto a la Inmaculada Concepción de la Virgen María (fundamentalmente franciscanos y jesuitas) y los que negaban que María hubiera sido concebida sin pecado original, fundamentalmente dominicos y agustinos. Todas estas desavenencias, unidas a las diferentes facciones, juegos de intereses y luchas de poder que se hicieron presentes tras la muerte sin descendencia del último Austria, Carlos II, otorgarían el confesionario real a los Jesuitas durante el Siglo XVIII.
Retrato de Felipe IV en su juventud (Velázquez) |
Felipe IV era un hombre sensible y de amplia cultura, gran aficionado a la caza y buen jinete, que escudaba su timidez, al igual que su abuelo Felipe II, tras la rigidez y compostura ceremonial. Una etiqueta y seriedad protocolaria que escondían a un hombre profundamente religioso en continuo conflicto con los placeres sensuales de la carne que lo dominaban y de los que era un auténtico obseso. Esa profunda contradicción que esclavizaba su vida y amargaba su alma, lo llevaban a sufrir continuas crisis de culpabilidad, en las que achacaba a sus pecados las muchas derrotas y males del reino. Por otro lado, el llamado “rey planeta” o “rey pasmado” como también lo apodó Torrente Ballester por la peculiar expresión de su cara, no dejaba de ser un monarca débil de carácter que había dejado los complicados asuntos de gobierno en manos de su valido el Conde-Duque de Olivares, cuya ambiciosa política exterior llevaría de fracaso en fracaso a la Nación. Una nación incapaz ya de mantener tantas guerras en tantos y tan lejanos lugares, que se vería envuelta en una grave recesión económica y cuatro bancarrotas, y que acabaría el reinado con la pérdida definitiva de Portugal y el fin de la hegemonía española en Europa.
Retrato de Felipe IV en su madurez (Velázquez) |
La idiosincrasia anímica de Felipe IV, inmortalizada de forma magistral por Velázquez, unida a la grave situación del país, traía por la calle de la amargura a nuestro paisano fray Juan Martínez y le proporcionaba no pocas contradicciones y quebraderos de cabeza. Fray Juan era consciente de que no debía inmiscuirse en los asuntos de estado, pero le dolía sobremanera contemplar cómo el Rey dejaba las responsabilidades de gobierno en un personaje como el Conde-Duque de Olivares, un hombre astuto y extremadamente ambicioso, con el que sin embargo estaba obligado a entenderse y guardar una correcta compostura. Olivares a su vez, era consciente del poder que ejercía el confesor sobre la conciencia del monarca, por lo que desde el principio intentó atraerlo a su camarilla. Fray Juan –que de tonto no tenía un pelo- hacía lo posible por nadar y guardar la ropa, intentando no verse envuelto en alguna de las muchas intrigas de la Corte que buscaban la caída de Olivares, permaneciendo neutral siempre que podía y buscando el mayor beneficio posible para sí mismo y para la Orden.
Retrato del Conde-Duque de Olivares (Velázquez) |
Más prudente que su antecesor, pero no menos combativo, nuestro paisano intervino también en multitud de cuestiones políticas e incluso llegó a escribir un tratado de discursos teológicos y políticos. Aunque quizás la intervención más famosa y que más trascendencia tuvo, fue su férrea oposición al impuesto que pretendía gravar 4 reales por cada fanega de trigo que se llevara a moler. Un impuesto a todas luces injusto para los campesinos que, de haberse aprobado, hubiera supuesto doblar el precio de la harina (y por lo tanto del pan de los pobres) en una época de grave crisis económica que había llenado los caminos y las ciudades de mendigos. Fray Juan –quizás recordando sus orígenes humildes- se erigió en portavoz de los más necesitados y con sólidos argumentos consiguió que el proyecto fuera desestimado.
San Felipe el Real de Madrid. Lugar de reunión y mentidero de la villa |
Pero no todo fueron alegrías para nuestro paisano. Como integrante de la Corte, el maestro Martínez estuvo sujeto a la crítica, sátira y en ocasiones cruel burla de los súbditos de su majestad, especialmente los madrileños, que no vieron en él sino otra sanguijuela más de las muchas que chupaban la sangre al monarca, embaucándolo y esquilmando la hacienda pública. Esta opinión generalizada del pueblo llano quedaba reflejada por estas fechas en los numerosos libelos, pasquines, avisos y todo género de escritos en verso y prosa, que corrían de mano en mano por los llamados mentideros de la villa, especialmente en las gradas de la Iglesia de San Felipe el Real, situada en la misma Puerta del Sol. No olvidemos que nos estamos moviendo en los tiempos de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora y Calderón de la Barca.
Escritos de Fray Juan Martínez |
De entre todos esos “avisos” o gacetas manuscritas dotadas de cierta regularidad y consideradas hoy en día como los orígenes del periodismo español, destacaban los de escritores como José de Pellicer y Jerónimo de Barrionuevo. El primero gran literato y comentarista de la obra de Góngora y el segundo un sacerdote con ínfulas de escritor y tesorero de la catedral de Sigüenza, cuya ascendencia noble le permitía mantener una tupida red de informantes tanto en palacio, como en el exterior de aquella Corte desaguadero de noticias y todavía centro del mundo, en la que coincidían ministros y embajadores de todos los países.
Cartel burlesco recogido por Jerónimo de Barrionuevo, junto a su traducción |
Capilla de la Magdalena o de los Gascos |
No cabe duda que fray Juan Martínez se encontraba especialmente agradecido con sus parientes lejanos, los Gascos, por haberle permitido asistir a las clases que impartía el profesor de gramática y latín que pagaba la capilla y patronato de la Magdalena y gracias a las cuales había podido cursar sus estudios. Fray Juan nunca ocultó su admiración por el Maestrescuela de Sevilla y Obispo electo de Cádiz don Martín Gasco, fundador de la capilla de la Magdalena, al que consideraba un ejemplo a seguir en todos los campos. Él sólo había sido capaz de levantar aquella espectacular edificación, además de una gran casa familiar, un silo para los pobres de la villa, una capellanía y patronato de obras pías con buena dotación económica, varias becas para sus familiares, un vínculo y mayorazgo para sus descendientes y hasta un Colegio en Salamanca. ¿Acaso se podía pedir más?
Estatuas orantes mandadas esculpir por fray Juan Martínez, el confesor de Felipe IV |
Dos años después, fray Juan encargó dos estatuas orantes de los fundadores de la capilla (el Obispo Martín Gasco y su hermano Antón) y los colocó en dos hornacinas creadas al efecto en lo alto del recinto. Compró también un dosel rojo de brocatel para el altar mayor de la parroquia, al estilo de los que hacían furor en las iglesias barrocas de Madrid y lo colocó aquel mismo día: “dio su reverendísimo confesor del rey, el dosel de brocatel que está puesto en el altar mayor, y se puso la víspera de la gloriosa Magdalena de este año santo de 1650. Tuvo de coste 300 ducados, 72 varas a 28 reales, flecos y hechura. Y los bustos de alabastro que se pusieron en la capilla, tuvieron de coste 500 ducados, con el balcón. Y en ponerlos hízolos a costa del arca del Colegio. Y se pusieron para el dicho día de Santa María Magdalena del dicho año de 1650”. Las esculturas orantes, policromadas y de cuerpo entero, representaban al Obispo vestido de pontifical y a su hermano como capitán de los ejércitos de su Majestad. Aunque desconocemos el autor de las figuras, lo que sí conocemos es su coste: 500 ducados de oro, o 5.500 reales de plata, o 13.750 reales de vellón. Una pequeña fortuna para la época que, sin embargo, a fray Juan no le pareció suficiente.
Cruz de Mayo o de las reliquias de fray Juan Martínez (Museo parroquial) |
Pero no acaban aquí las donaciones, pues pasados tres años fray Juan se presentó con una cruz procesional de madera dorada y policromada, cargada de reliquias, cuyo coste desconocemos, además de un pedestal para la imagen titular de la parroquia: “Nombró el rey Felipe IV al reverendísimo fray Juan Martínez por confesor del príncipe a 3 de Mayo de 1642, día de la cruz. Y en memoria y reconocimiento de esta merced recibida este día de mano de Dios, hizo una cruz muy suntuosa y la trajo a esta iglesia con muchas reliquias, este año de 54, el mismo día 3 de Mayo.
Patio de la Casa del Confesor |
Pero si en algo invirtió el dinero el confesor –como recogían con acierto las crónicas de la capital- fue en una gran edificación situada en su localidad natal. Una monumental construcción que magnificara la gloria de su nombre y le hiciera pasar a la posteridad. Una enorme casa vinculada al mayorazgo y obras pías que fundó para sus sobrinos (los López-Carbonero) que, según los escritos del nobiliario de los Gascos -corroborados por el manuscrito de don Gorgonio-, estaba destinada a convertirse en orfanato y colegio de niñas pobres.
Crujía superior o corredor del patio de la Casa del Confesor |
Aunque cuando murió nuestro paisano las obras se encontraban ya muy avanzadas, incluido el oratorio, no dio tiempo a colocar la portada de cantería que hubiera dado personalidad a tan monumental construcción y en la que hubieran estado presentes las armas de fray Juan y las de la Orden de Predicadores. Tras su muerte, los herederos abandonaron el proyecto y acabaron la casa de la forma más rápidamente posible, sin atenerse en absoluto a los planos de los arquitectos. Huelga decir que jamás fue destinada al supuesto fin para el que había sido construida.
Fachada de la Casa del Confesor |
Con la muerte del confesor, el enorme caserón pasó a formar parte del vínculo y mayorazgo de los López-Carbonero -sus sobrinos- que suponemos no tardaron en buscarle algún uso alternativo que les reportara ingresos económicos, pues la fundación del mayorazgo impedía vender las tierras, edificios y otros bienes vinculados. Por otro lado, los López-Carbonero familiares de fray Juan también habían prosperado económicamente con la ayuda del confesor, emparentando con la familia más rica de Villarrubia de Santiago, los Mudarra, que en Corral de Almaguer darían nombre a la calle en la que construyeron su casa solariega. Uno de sus miembros, Alonso López-Carbonero Mudarra, fraile de la Orden de Santiago y cura párroco de Corral de Almaguer, había comprado incluso la hidalguía al rey abonando 19.000 reales de plata. Todo por mantener esa apariencia y afán de notoriedad que dominaba todos los campos de la vida española del Siglo XVII. A su muerte, fray Alonso dejó a la parroquia la casa de la plaza donde habitaba (la actual casa de los curas) con la única condición de que durante las fiestas permitieran a sus familiares utilizar los balcones para ver los toros, al igual que hacían las grandes familias de la localidad desde los otros edificios.
Venta de la Casa a D. Manuel Joaquín Carbonero y Mudarra |
Diligencia de finales del Siglo XIX |
Pasada la Guerra de Independencia contra los franceses y la subsiguiente crisis económica, don Manuel Carbonero Mudarra, afincado en Villarrubia, decidió desprenderse de la casa del confesor traspasando su propiedad a don José María Medrano y Treviño, teniente coronel de artillería natural de Ciudad Real, que había participado en la defensa de Gerona y de Montjüic durante la invasión francesa. Don José María Medrano se había instalado en nuestra villa en 1819, como consecuencia de su desposorio en primeras nupcias con doña María Josefa Morales de la Fuente, una de las ricas herederas de la familia “de la Fuente” con numerosas posesiones en Corral de Almaguer. Medrano quedó viudo al poco tiempo, por lo que volvió a casarse con doña María Asunción Baíllo y Chacón de Campo de Criptana. A su muerte la casa fue segregada en partes para los diferentes herederos
Diligencia de finales del Siglo XIX |
Otra cosa muy distinta es que una de las particiones de la casa, la que comunica con la calle Real, fuera utilizada como Parador y lugar de refresco de las caballerías de la Compañía de Diligencias Generales de España que se dirigían a Valencia, Murcia y Cartagena por el Camino Real. Una carretera que había sido reformado en el último tercio del Siglo XVIII, al estilo de las carreteras europeas, quedando en excelentes condiciones para el tránsito de vehículos de rodadura (diligencias, galeras, calesas y coches de colleras). Un detalle que supieron aprovechar algunos vecinos emprendedores de la localidad, para montar Paradores (hoteles de lujo de la época) y posadas (alojamientos más humildes para arrieros y personas con menor presupuesto). Pero mejor que sea el propio don Gorgonio el que nos lo cuente en su visión del Corral de Almaguer de 1864.
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de Felipe IV
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López Arandia M. MÉDICOS DEL ALMA REGIA. Confesores reales
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López Arandia María Amparo EL CONFESIONARIO REGIO EN LA MONARQUÍA
HISPÁNICA DEL SIGLO XVII Universidad de Córdoba. Obradoiro de Historia
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Martínez Fray Juan. Discursos Theológicos y Polyticos. (Alcalá
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Martínez Peñas Leandro. El confesor del Rey en el Antiguo Régimen.
Editorial Complutense año 2007
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Paz y Melia A. Avisos de D. Jerónimo de Barrionuevo
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Rawlings Helen. Las órdenes religiosas y la crisis en el
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30, 2012
Real Academia de la Historia. Aliaga
Martínez Luis. Juan de Martínez Grima
Reyes Peña Mercedes de los. Dos carteles burlescos del Siglo XVII. Cuadernos d« filología hispánica, Nº 3. Ed. Universidad Complutense. Madrid, 1984
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