jueves, 6 de mayo de 2021

FRAY JUAN MARTÍNEZ LÓPEZ-CARBONERO (Confesor de Felipe IV)

Retrato de fraile dominico (el Greco)

INTRODUCCIÓN

Muchos fueron los vecinos de Corral de Almaguer que a lo largo de la historia escalaron las más altas dignidades eclesiásticas y civiles del reino, consiguiendo para ellos y sus familias no sólo poder y riqueza, sino un estatus y reconocimiento que, especialmente en su localidad natal, solía manifestarse con la edificación de una gran casa representativa que simbolizara la grandeza del apellido. Esto último se vio reflejado en Corral de Almaguer desde finales del Siglo XV y hasta bien entrado el XVII, llegando a contabilizarse hasta 53 casas de hidalgos y familias pudientes que embellecían el casco antiguo de la población.


Esta etapa de esplendor, que coincide en su totalidad con la época de desarrollo económico, social y cultural que se vivió a lo largo del llamado Imperio Español y especialmente durante los reinados de Carlos I y Felipe II, comenzará su declive durante el Siglo XVII, de forma paralela a la decadencia de la monarquía durante el reinado de los últimos Austrias. Pero incluso en períodos de decadencia, podemos encontrar aún un último corraleño que consiguió llegar a la cima de su carrera religiosa. Y no me estoy refiriendo a la obtención de un obispado, una abadía o un priorato, sino a un puesto tan cercano y con tanta influencia sobre el propio Rey, que muchos religiosos de su tiempo hubieran vendido su alma al diablo por conseguirlo: el de Confesor Real.


ANTECEDENTES Y BIOGRAFÍA

Fray Juan Martínez López-Carbonero, o Fray Juan Martínez Grima, como le gustaba nombrarse a sí mismo, o Fray Juan Martínez del Corral, como era conocido en la Corte, había nacido en el año 1590 en Corral de Almaguer en el seno de una familia relativamente acomodada. Descendía de los Martínez Philipe y los Grima por parte de padre -con un reconocido Prior de Uclés entre sus parientes- y por parte de madre de los López-Carbonero, una de las familia más antiguas de la población, que a pesar de no contar con título de hidalguía (quizás por lejanos antecedentes) estaba catalogada entre las más acaudaladas de la villa y como tal había casado a sus descendientes con las familias hidalgas del municipio.


Fachada de la iglesia y convento de
San Esteban de Salamanca

Tras acabar sus primeros estudios en Corral de Almaguer ayudado por el maestro de latines que pagaba el patronato de la Capilla de los Gascos a familiares y parientes, Juan Martínez ingresó con 16 años en la Orden de Predicadores (dominicos) y más concretamente en el Convento de la Santa Cruz de Segovia. De ahí pasó al célebre Convento de San Esteban de Salamanca, en el que ya apuntaba maneras, para finalizar sus estudios de teología en el Colegio de Santo Tomás de Alcalá de Henares, donde fue lector de arte, maestro de estudiantes y lector de teología. Terminada su formación y ordenación sacerdotal, pasó inmediatamente a ejercer como profesor de Teología en varios conventos de la Orden.


Hombre enérgico e incansable, nuestro paisano se encontraba profesando como maestro en el convento de Plasencia (Cáceres), cuando fue elegido como Prior del monasterio de Santiago en Pamplona, para que fundase en él un colegio o universidad con grados de arte, filosofía y teología. De allí pasó al convento del Rosario de Madrid, trasladando la comunidad de frailes desde la calle de la Luna a otro edificio propiedad del Marqués de Monasterio en la calle Ancha de San Bernardo. A continuación dirigió en dos ocasiones el convento de San Pedro Mártir de Toledo; el colegio de Santo Tomás de Alcalá, donde fue elegido Rector; el de la Santa Cruz de Segovia, donde fundó dos Cátedras de Sagradas Escrituras; y finalmente y por segunda vez, el convento del Rosario de Madrid, donde murió en el año 1676.

Retrato del Infante Baltasar Carlos
(Velázquez)

Gracias a su ganada fama de hombre sabio, el maestro Martínez fue nombrado relator (asesor de teología) de la Inquisición en 1636, confesor del príncipe Baltasar Carlos y su hermana María Teresa en el año 1642, para pasar poco después a confesar a la reina Isabel de Borbón (primera esposa del monarca) y finalmente al propio rey Felipe IV desde 1644 hasta su muerte en el año 1665. Incluso después de la muerte del rey, fray Juan siguió confesando durante algún tiempo a la segunda esposa y sobrina del monarca Mariana de Austria y a su hijo Carlos II en su minoría de edad.

La reina Mariana de Austria.
Sobrina y segunda esposa de
Felipe IV (Velázquez)

Por otro lado, su cercanía al soberano se vio recompensada con la promoción a Consejero Real, miembro de la Junta de Obras y Bosques, e Inquisidor General interino, rechazando –según sus biógrafos- los obispados de Jaén y Santiago de Compostela que le ofreció el Monarca, así como la abadía de Alcalá la Real. Esa misma cercanía le permitió convertirse en mecenas de las artes y las ciencias y reponer la biblioteca del Escorial que había resultado terriblemente afectada por un incendio, además de crear ocho becas para estudiantes en el convento de Segovia, sin contar las numerosas donaciones que hizo a la parroquia de Corral de Almaguer y especialmente a la capilla de sus primos los Gascos, de la que se convertiría en patrón.

FRAILES Y LUCHAS POR EL PODER

Desde la reforma de las órdenes religiosas en el Siglo XVI, el número de frailes y monjas fue creciendo exponencialmente en todo el país. Si para 1598 existían en España 1.326 conventos y monasterios, 20 años después eran ya 2.141 y para el año 1.700 rondaban los 3.000. El mayor crecimiento se produjo entre las órdenes mendicantes masculinas (franciscanos, dominicos, agustinos, carmelitas, mercedarios y trinitarios) que pasaron de un total de 12.000 frailes sólo en Castilla en 1591 a 34.000 en toda España en el año 1623. Valga como ejemplo el caso de Madrid, con un incremento de 18 a 31 monasterios y conventos en poco más de 30 años.

Claustro del convento de San Pedro Mártir de Toledo

Un increíble aumento de frailes que, sin embargo, no se correspondía en absoluto con un aumento paralelo de vocaciones, pues lo cierto es que los conventos españoles se convirtieron durante la crisis económica de los Siglo XVII y XVIII en refugio de hombres y mujeres que tan sólo buscaban un plato diario de comida. En 1621 el Consejo de Castilla, informaba a Felipe IV de que «la mayoría del clero regular en la actualidad en estos reinos sigue este camino como medio de conseguir suficiente alimento para comer, más que por su auténtica devoción cristiana» No es de extrañar por lo tanto que en el convento dominico de San Pedro Mártir de Toledo se llegasen a contar hasta 15 corraleños por estas fechas y en el de Ocaña 23. Sin embargo, no debemos pasar por alto que también hubo muchos otros que vivieron su vocación con auténtico espíritu religioso -no exento de ambición- como fue el caso de nuestro paisano Fray Juan Martínez López-Carbonero.

Para un religioso del Siglo XVII, el culmen de su carrera eclesiástica lo constituía el acceso al confesionario regio. Los confesores reales no sólo gozaban de la prerrogativa de acudir libremente a palacio y ver al rey en cualquier momento sin tener que guardar el estricto protocolo que regía en la Corte Española, sino que además se convertían automáticamente en Consejeros Reales que trascendían con demasiada frecuencia su labor espiritual, para inmiscuirse en asuntos de gobierno que competían exclusivamente a sus ministros.

Retrato de fraile dominico (Rubens)

Desde la Edad Media, el confesionario regio estuvo controlado casi en exclusiva por la poderosa Orden de Predicadores (los dominicos) cuya elocuencia y estudios teológicos los hacían especialmente adecuados para aconsejar a los monarcas en las cuestiones espirituales. De esa cercanía al trono la Orden obtenía numerosos beneficios, pues los reyes y los altos cargos de la Corte, a instancia de los confesores, se convertían con frecuencia en patronos y protectores de nuevos monasterios y conventos dominicos, a los que ayudaban y engrandecían económicamente. Si tenemos en cuenta además que los monarcas españoles disfrutaban del derecho de presentación de aspirantes a obispos, arzobispos y otras dignidades eclesiásticas ante el Papa (que solía rubricarlos sin problemas) y que ese tema los reyes solían dejarlo en manos de sus confesores, entenderemos el poder que ostentaban y la red clientelar y de adulación que se fue tejiendo a su alrededor. Eso sin mencionar el descarado nepotismo que suponía promover en las sedes obispales a miembros de su congregación, cuando no de su propia familia.

Sin embargo, con la llegada de la Orden de los Jesuitas en 1540 y su renovada visión de la teología (menos dogmática y conservadora), las tornas fueron cambiando poco a poco en las diferentes Cortes Europeas, hasta el punto de que para el Siglo XVII la única que mantenía un dominico en el puesto de confesor real, era La Muy Católica Monarquía Española. Por otro lado, la Compañía de Jesús, por su propia organización interna en forma de red y carácter “cuasi militar”, ambicionó desde el principio relacionarse con el poder y ocupar los puestos eclesiásticos más influyentes del reino, incluido el de confesor real. 

Fraile jesuita (Ribera)

Este hecho acarrearía una auténtica batalla dialéctica entre las dos órdenes religiosas, a la que se uniría el conflicto por el dogma de la Inmaculada. Una lucha muy arraigada entre el pueblo llano (en el vecino pueblo de Horcajo de Santiago se sigue celebrando la fiesta del Vítor como reflejo de aquél antiguo desacuerdo) que enfrentaba a los que apoyaban el culto a la Inmaculada Concepción de la Virgen María (fundamentalmente franciscanos y jesuitas) y los que negaban que María hubiera sido concebida sin pecado original, fundamentalmente dominicos y agustinos. Todas estas desavenencias, unidas a las diferentes facciones, juegos de intereses y luchas de poder que se hicieron presentes tras la muerte sin descendencia del último Austria, Carlos II, otorgarían el confesionario real a los Jesuitas durante el Siglo XVIII.

FRAY JUAN MARTÍNEZ COMO ASESOR DE FELIPE IV

Aunque –como apuntamos anteriormente- la labor de los confesores reales debía circunscribirse exclusivamente a los asuntos espirituales del monarca, lo cierto es que con demasiada frecuencia traspasaron esa borrosa frontera entre lo espiritual y lo material, convirtiéndose en auténticos consejeros de gobierno. Consejeros que conocían los pecados y debilidades del monarca como nadie y por lo tanto sabían dónde y cómo influir en su conducta y toma de decisiones.

Retrato de Felipe IV en su juventud
(Velázquez)

Felipe IV era un hombre sensible y de amplia cultura, gran aficionado a la caza y buen jinete, que escudaba su timidez, al igual que su abuelo Felipe II, tras la rigidez y compostura ceremonial. Una etiqueta y seriedad protocolaria que escondían a un hombre profundamente religioso en continuo conflicto con los placeres sensuales de la carne que lo dominaban y de los que era un auténtico obseso. Esa profunda contradicción que esclavizaba su vida y amargaba su alma, lo llevaban a sufrir continuas crisis de culpabilidad, en las que achacaba a sus pecados las muchas derrotas y males del reino. Por otro lado, el llamado “rey planeta” o “rey pasmado” como también lo apodó Torrente Ballester por la peculiar expresión de su cara, no dejaba de ser un monarca débil de carácter que había dejado los complicados asuntos de gobierno en manos de su valido el Conde-Duque de Olivares, cuya ambiciosa política exterior llevaría de fracaso en fracaso a la Nación. Una nación incapaz ya de mantener tantas guerras en tantos y tan lejanos lugares, que se vería envuelta en una grave recesión económica y cuatro bancarrotas, y que acabaría el reinado con la pérdida definitiva de Portugal y el fin de la hegemonía española en Europa.

Retrato de Felipe IV en su madurez
(Velázquez)

La idiosincrasia anímica de Felipe IV, inmortalizada de forma magistral por Velázquez, unida a la grave situación del país, traía por la calle de la amargura a nuestro paisano fray Juan Martínez y le proporcionaba no pocas contradicciones y quebraderos de cabeza. Fray Juan era consciente de que no debía inmiscuirse en los asuntos de estado, pero le dolía sobremanera contemplar cómo el Rey dejaba las responsabilidades de gobierno en un personaje como el Conde-Duque de Olivares, un hombre astuto y extremadamente ambicioso, con el que sin embargo estaba obligado a entenderse y guardar una correcta compostura. Olivares a su vez, era consciente del poder que ejercía el confesor sobre la conciencia del monarca, por lo que desde el principio intentó atraerlo a su camarilla. Fray Juan –que de tonto no tenía un pelo- hacía lo posible por nadar y guardar la ropa, intentando no verse envuelto en alguna de las muchas intrigas de la Corte que buscaban la caída de Olivares, permaneciendo neutral siempre que podía y buscando el mayor beneficio posible para sí mismo y para la Orden. 

Una posición difícil de mantener que había granjeado no pocas enemistades a su antecesor fray Juan de Santo Tomás. Un verso suelto que se atrevió no sólo a criticar directamente al valido, sino también a la presión fiscal a la que se estaba sometiendo a la población con la devaluación de la moneda de vellón y los enormes gastos que acarreaban las obras del palacio del Buen Retiro, en una época de tan grave crisis económica. Fray Juan de Santo Tomás murió ese mismo año.

Retrato del Conde-Duque de Olivares
(Velázquez)

Más prudente que su antecesor, pero no menos combativo, nuestro paisano intervino también en multitud de cuestiones políticas e incluso llegó a escribir un tratado de discursos teológicos y políticos. Aunque quizás la intervención más famosa y que más trascendencia tuvo, fue su férrea oposición al impuesto que pretendía gravar 4 reales por cada fanega de trigo que se llevara a moler. Un impuesto a todas luces injusto para los campesinos que, de haberse aprobado, hubiera supuesto doblar el precio de la harina (y por lo tanto del pan de los pobres) en una época de grave crisis económica que había llenado los caminos y las ciudades de mendigos. Fray Juan –quizás recordando sus orígenes humildes- se erigió en portavoz de los más necesitados y con sólidos argumentos consiguió que el proyecto fuera desestimado.

San Felipe el Real de Madrid. Lugar de reunión y
mentidero de la villa

Pero no todo fueron alegrías para nuestro paisano. Como integrante de la Corte, el maestro Martínez estuvo sujeto a la crítica, sátira y en ocasiones cruel burla de los súbditos de su majestad, especialmente los madrileños, que no vieron en él sino otra sanguijuela más de las muchas que chupaban la sangre al monarca, embaucándolo y esquilmando la hacienda pública. Esta opinión generalizada del pueblo llano quedaba reflejada por estas fechas en los numerosos libelos, pasquines, avisos y todo género de escritos en verso y prosa, que corrían de mano en mano por los llamados mentideros de la villa, especialmente en las gradas de la Iglesia de San Felipe el Real, situada en la misma Puerta del Sol. No olvidemos que nos estamos moviendo en los tiempos de Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Góngora y Calderón de la Barca.

Escritos de Fray Juan Martínez

De entre todos esos “avisos” o gacetas manuscritas dotadas de cierta regularidad y consideradas hoy en día como los orígenes del periodismo español, destacaban los de escritores como José de Pellicer y Jerónimo de Barrionuevo. El primero gran literato y comentarista de la obra de Góngora y el segundo un sacerdote con ínfulas de escritor y tesorero de la catedral de Sigüenza, cuya ascendencia noble le permitía mantener una tupida red de informantes tanto en palacio, como en el exterior de aquella Corte desaguadero de noticias y todavía centro del mundo, en la que coincidían ministros y embajadores de todos los países.

En esos avisos o gacetillas, nuestro paisano aparece bastante mal parado, representado como un personaje altivo y ambicioso, ávido de ostentación y dinero, que sólo buscaba enriquecerse él y ennoblecer a su familia. En uno de ellos Barrionuevo recoge: "El Confesor del Rey hace en el Corral de Almaguer, donde es natural, un Mayorazgo grande para un sobrino suyo, y labra una casa de las más suntuosas de España. Tiene hoy gastado en ella 100.000 ducados, y no está hecha la tercera parte, y hoy pasa cuanto hay por sus manos; todos acuden a él, y con sólo una pluma que cada uno le deje, vendrá esta corneja a ser el ave más hermosa de todas y de más pluma"

En otro de los avisos, Barrionuevo escribe sobre un pasquín anónimo crítico con el rey y su confesor, que debía contener dibujos satíricos o caricaturas. El pasquín, aparecido el 19 de febrero de 1657, es descrito por el escritor de la siguiente manera: el Rey aparece sentado pescando en una laguna. Decía la letra: Pescador de caña / más come que gana. Y su Confesor, con un bolso en la mano muy grande, decía: Mi corazón es el bolsón / Todo aquesto he menester / para el Corral de Almaguer.

Finalmente, existe también un cartel burlesco, como los usados para anunciar las funciones de teatro de la época, que habla de una supuesta nueva representación teatral titulada: Comedia famosa, jamás vista ni representada, de tres yngenios, los mejores de España

Cartel burlesco recogido por Jerónimo de Barrionuevo, junto a su traducción


Aunque a nosotros nos resulte imposible descifrar el lado satírico del cartel y las circunstancias que describe, lo cierto es que se trata de una imaginaria obra teatral en tono de burla, donde se juega una partida de cartas (el juego del hombre), en la que todos los personajes son reales y habían intervenido -en mayor o menor medida- en la depreciación de la moneda de vellón que tanto había empobrecido a los españoles. El lugar de la representación no deja de ser simbólico: el Corral de Almaguer, donde, según generalizada opinión de la época, el confesor del rey invertía todos sus ahorros.

¿Pero había algo de verdad en todas estas acusaciones contra fray Juan?

FRAY JUAN MARTÍNEZ EN CORRAL DE ALMAGUER

Capilla de la Magdalena o de los Gascos

No cabe duda que fray Juan Martínez se encontraba especialmente agradecido con sus parientes lejanos, los Gascos, por haberle permitido asistir a las clases que impartía el profesor de gramática y latín que pagaba la capilla y patronato de la Magdalena y gracias a las cuales había podido cursar sus estudios. Fray Juan nunca ocultó su admiración por el Maestrescuela de Sevilla y Obispo electo de Cádiz don Martín Gasco, fundador de la capilla de la Magdalena, al que consideraba un ejemplo a seguir en todos los campos. Él sólo había sido capaz de levantar aquella espectacular edificación, además de una gran casa familiar, un silo para los pobres de la villa, una capellanía y patronato de obras pías con buena dotación económica, varias becas para sus familiares, un vínculo y mayorazgo para sus descendientes y hasta un Colegio en Salamanca. ¿Acaso se podía pedir más?

Conseguida la cima de su carrera eclesiástica, fray Juan decidió que había llegado el momento de devolver los favores prestados a sus parientes. Y la manera de devolverlos no fue otra que engrandeciendo aún más aquel sagrado recinto que simbolizaba la grandeza del apellido Gasco y que a él le había ofrecido la posibilidad de estudiar y llegar donde había llegado: La capilla de la Magdalena.

PATRÓN Y MECENAS

La capilla de la Magdalena o de los Gascos, era sin lugar a dudas la auténtica joya de la parroquia y una de las más espectaculares de la comarca. A la grandiosidad de su portada primorosamente labrada en el estilo renacentista, se añadía la policromía que la embellecía sobremanera y los muchos detalles de su decoración interior. Lo primero que hizo Fray Juan tras su desembarco en Corral, fue fundar una capellanía con buena dotación económica y vincularla a la mencionada capilla de la Magdalena. De esa manera conseguía conjurar su humilde cuna y asociar su nombre al de los Gascos. “En 29 de junio, día del Sr. San Pedro del año de 1647, se dijo la primera misa en la capilla de los Gascos, a hora de las 12, por fundación del Sr. Confesor de Su Magestad. Fue su primer capellán por nombramiento de su reverencia, el licenciado Francisco Martínez Díaz Philipe, su sobrino, hijo de su primo hermano y de su prima segunda”.

Estatuas orantes mandadas esculpir por fray Juan Martínez, el confesor de Felipe IV

Dos años después, fray Juan encargó dos estatuas orantes de los fundadores de la capilla (el Obispo Martín Gasco y su hermano Antón) y los colocó en dos hornacinas creadas al efecto en lo alto del recinto. Compró también un dosel rojo de brocatel para el altar mayor de la parroquia, al estilo de los que hacían furor en las iglesias barrocas de Madrid y lo colocó aquel mismo día: “dio su reverendísimo confesor del rey, el dosel de brocatel que está puesto en el altar mayor, y se puso la víspera de la gloriosa Magdalena de este año santo de 1650. Tuvo de coste 300 ducados, 72 varas a 28 reales, flecos y hechura. Y los bustos de alabastro que se pusieron en la capilla, tuvieron de coste 500 ducados, con el balcón. Y en ponerlos hízolos a costa del arca del Colegio. Y se pusieron para el dicho día de Santa María Magdalena del dicho año de 1650”. Las esculturas orantes, policromadas y de cuerpo entero, representaban al Obispo vestido de pontifical y a su hermano como capitán de los ejércitos de su Majestad. Aunque desconocemos el autor de las figuras, lo que sí conocemos es su coste: 500 ducados de oro, o 5.500 reales de plata, o 13.750 reales de vellón. Una pequeña fortuna para la época que, sin embargo, a fray Juan no le pareció suficiente.

Un año más tarde, fray Juan enviaba a la capilla una diadema y título de plata sobredorada, para que se la colocaran al crucifijo que se encontraba en la capilla y otro dosel de brocatel que ya tenía encargado: “1651, primero de Mayo, se puso al crucifijo de la capilla la diadema y título de plata sobredorada, que tuvo de coste 1.000 reales y tiene ofrecido un dosel para la dicha capilla”

Cruz de Mayo o de las reliquias de fray Juan Martínez
(Museo parroquial)

Pero no acaban aquí las donaciones, pues pasados tres años fray Juan se presentó con una cruz procesional de madera dorada y policromada, cargada de reliquias, cuyo coste desconocemos, además de un pedestal para la imagen titular de la parroquia: “Nombró el rey Felipe IV al reverendísimo fray Juan Martínez por confesor del príncipe a 3 de Mayo de 1642, día de la cruz. Y en memoria y reconocimiento de esta merced recibida este día de mano de Dios, hizo una cruz muy suntuosa y la trajo a esta iglesia con muchas reliquias, este año de 54, el mismo día 3 de Mayo.

Y también el pedestal en que está puesta Ntra. Sra. de la Asunción, advocación de la Iglesia, y se puso el mismo día”

LA CASA DEL CONFESOR

Patio de la Casa del Confesor

Pero si en algo invirtió el dinero el confesor –como recogían con acierto las crónicas de la capital- fue en una gran edificación situada en su localidad natal. Una monumental construcción que magnificara la gloria de su nombre y le hiciera pasar a la posteridad. Una enorme casa vinculada al mayorazgo y obras pías que fundó para sus sobrinos (los López-Carbonero) que, según los escritos del nobiliario de los Gascos -corroborados por el manuscrito de don Gorgonio-, estaba destinada a convertirse en orfanato y colegio de niñas pobres.

Como suele ocurrir con muchos de los propósitos que sirven para limpiar conciencias y esconder vanidades, fray Juan murió antes de ver finalizado su gran proyecto. Una obra en la que, según algunos documentos de la parroquia, llevaba gastados 80.000 ducados de oro o 880.000 reales de plata (las malas lenguas hablaban de más de 100.000 ducados). Una desorbitada cantidad de dinero para la época, con la que fray Juan podía haberse construido un magnífico palacio en Madrid.

Crujía superior o corredor del patio de la
Casa del Confesor

Aunque cuando murió nuestro paisano las obras se encontraban ya muy avanzadas, incluido el oratorio, no dio tiempo a colocar la portada de cantería que hubiera dado personalidad a tan monumental construcción y en la que hubieran estado presentes las armas de fray Juan y las de la Orden de Predicadores. Tras su muerte, los herederos abandonaron el proyecto y acabaron la casa de la forma más rápidamente posible, sin atenerse en absoluto a los planos de los arquitectos. Huelga decir que jamás fue destinada al supuesto fin para el que había sido construida.

¿Pero de qué monumental construcción estamos hablando?

Estamos hablando de la casa de las Valencianas, la casa de Medrano o la casa de Postas, como es conocida en la actualidad. El edifico más caro y mejor construido de la historia de Corral de Almaguer. Un formidable caserón dotado de tan grandes dimensiones y dependencias que hubiera servido perfectamente para Monasterio. Un edificio que guarda en su interior el patio más elegante y estilizado de todas las casas solariegas de Corral de Almaguer y que curiosamente jamás fue conocido por el nombre de su auténtico fundador: el confesor de Felipe IV fray Juan Martínez López-Carbonero. En el nobiliario de los Gascos se nos informa incluso del comienzo de las obras: “Empezose la obra de la casa de la plaza, el mes de julio del año de 1651”. Si tenemos en cuenta que fray Juan murió en el año 1676, podemos deducir fácilmente que las obras duraron 25 años y todavía se quedaron sin terminar.

Fachada de la Casa del Confesor

Con la muerte del confesor, el enorme caserón pasó a formar parte del vínculo y mayorazgo de los López-Carbonero -sus sobrinos- que suponemos no tardaron en buscarle algún uso alternativo que les reportara ingresos económicos, pues la fundación del mayorazgo impedía vender las tierras, edificios y otros bienes vinculados. Por otro lado, los López-Carbonero familiares de fray Juan también habían prosperado económicamente con la ayuda del confesor, emparentando con la familia más rica de Villarrubia de Santiago, los Mudarra, que en Corral de Almaguer darían nombre a la calle en la que construyeron su casa solariega. Uno de sus miembros, Alonso López-Carbonero Mudarra, fraile de la Orden de Santiago y cura párroco de Corral de Almaguer, había comprado incluso la hidalguía al rey abonando 19.000 reales de plata. Todo por mantener esa apariencia y afán de notoriedad que dominaba todos los campos de la vida española del Siglo XVII. A su muerte, fray Alonso dejó a la parroquia la casa de la plaza donde habitaba (la actual casa de los curas) con la única condición de que durante las fiestas permitieran a sus familiares utilizar los balcones para ver los toros, al igual que hacían las grandes familias de la localidad desde los otros edificios.

Venta de la Casa a D. Manuel Joaquín
Carbonero y Mudarra

Transcurridos 150 años desde su construcción y por orden de Carlos IV (la llamada desamortización de Godoy), el estado enajenó y subastó buena parte de los bienes de los colegios mayores, capellanías, mayorazgos y obras pías de carácter religioso, para intentar mitigar en la medida de lo posible la enorme deuda que arrastraba la nación por culpa de las guerras. La real Cédula otorgaba a los titulares de esos mismos mayorazgos la posibilidad de comprar, a nivel personal, los bienes incautados por el estado, cuyo usufructo hasta entonces habían disfrutado. Este fue el caso de don Manuel Joaquín Carbonero y Mudarra (vecino de Villarrubia de Santiago) y titular del mayorazgo fundado por fray Juan Martínez, que compró -en enero de 1807- las casas del vínculo que él mismo había poseído y disfrutado hasta entonces, por la ridícula cantidad de 83.560 reales de vellón (14.625 pagados como vales reales de deuda pública) a los que había que añadir otros 2.506 reales de réditos anuales durante cinco años. Muy lejos del millón de reales que había costado el edificio.

Diligencia de finales del Siglo XIX

Pasada la Guerra de Independencia contra los franceses y la subsiguiente crisis económica, don Manuel Carbonero Mudarra, afincado en Villarrubia, decidió desprenderse de la casa del confesor traspasando su propiedad a don José María Medrano y Treviño, teniente coronel de artillería natural de Ciudad Real, que había participado en la defensa de Gerona y de Montjüic durante la invasión francesa. Don José María Medrano se había instalado en nuestra villa en 1819, como consecuencia de su desposorio en primeras nupcias con doña María Josefa Morales de la Fuente, una de las ricas herederas de la familia “de la Fuente” con numerosas posesiones en Corral de Almaguer. Medrano quedó viudo al poco tiempo, por lo que volvió a casarse con doña María Asunción Baíllo y Chacón de Campo de Criptana. A su muerte la casa fue segregada en partes para los diferentes herederos

Lo que no se acaba de entender y es bastante probable que se trate de un nombre inventado no hace mucho tiempo, es lo de Casa de Postas. Corral de Almaguer jamás tuvo una Casa de Postas oficial en la que se recibiera el correo, ni aparece recogida entre los itinerarios oficiales de postas de los Siglos XVIII y XIX. De hecho, el Ayuntamiento se veía obligado a mandar a un funcionario dos veces a la semana a Ocaña para que recogiera la valija del correo. Con la llegada del ferrocarril, la posta se trasladó a Villacañas y es ahí adonde debían dirigirse los funcionarios del ayuntamiento para recoger el correo.

Diligencia de finales del Siglo XIX

Otra cosa muy distinta es que una de las particiones de la casa, la que comunica con la calle Real, fuera utilizada como Parador y lugar de refresco de las caballerías de la Compañía de Diligencias Generales de España que se dirigían a Valencia, Murcia y Cartagena por el Camino Real. Una carretera que había sido reformado en el último tercio del Siglo XVIII, al estilo de las carreteras europeas, quedando en excelentes condiciones para el tránsito de vehículos de rodadura (diligencias, galeras, calesas y coches de colleras). Un detalle que supieron aprovechar algunos vecinos emprendedores de la localidad, para montar Paradores (hoteles de lujo de la época) y posadas (alojamientos más humildes para arrieros y personas con menor presupuesto). Pero mejor que sea el propio don Gorgonio el que nos lo cuente en su visión del Corral de Almaguer de 1864.

“Tiene el pueblo cuatro Paradores, situados en la carretera general que pasa de Madrid a Valencia, muy capaces y cómodos para toda clase de carruajes, con cuadras muy anchas para caballerías, pozos abundantes y bastantes habitaciones para los viajeros. El uno se llama de Berguices, el segundo del vínculo de Valsalobre (perteneciente a una rama de los Collados), el tercero de los señores D. Manuel y D. Miguel Barreda y el cuarto de los herederos de Eusebio Beato. Este se hizo desde los cimientos en 1851 y 1852.

Así también hay cuatro casas Posadas para arrieros. La una en la calle de la cuerda titulada del tío Juan Gabaldón, otra en la esquina de la plaza y calle de Pedro Campo propia de D. Manuel Barreda, otra en la misma calle y la última en la calle de las tiendas. Estas dos últimas corresponden en propiedad al Sr. D. Juan Manuel Collado. Todas cuatro son generalmente buenas para el objeto, aunque sus edificios son de mala construcción y poco sólidos".

En los comienzos del siglo XX, a la casa de fray Juan Martínez se le añadió el torreón que destaca en su lado oriental con vistas a la plaza mayor. Un torreón que la embellece y le otorga personalidad. A lo largo de este siglo el edificio permaneció dividido en tres partes y con el bellísimo patio también partido en dos, pasando a denominarse Casa de las Valencianas, por habitar en ella dos profesoras solteras conocidas en la población con ese apodo. En la actualidad la casa presenta dos de las particiones restauradas con mayor o menor acierto, mientras la parte principal, conservada como en el siglo XVIII, se encuentra en venta y pendiente de restauración.

Fachada principal de la Casa del Confesor


Rufino Rojo García-Lajara (abril de 2021)
(todos los derechos reservados)




BIBLIOGRAFÍA

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