INTRODUCCIÓN
La Pandemia, como toda gran crisis global que se precie, ha puesto patas arriba nuestra percepción del mundo. Habíamos oído hablar de pestes terribles, de crisis climáticas seguidas de espantosas hambrunas, de terroríficas guerras mundiales con millones de muertos, pero lo percibíamos lejano en el tiempo y nos sentíamos invulnerables rodeados de edificios inteligentes, vehículos poderosos, cámaras de seguridad, satélites artificiales, medicina robotizada, inteligencia artificial y todo tipo de artefactos inventados por el ser humano para transmitirnos una falsa sensación de seguridad. Mira tú por donde, ha tenido que venir el más pequeño de los seres vivos, tan pequeño que sólo puede verse con la ayuda de un microscopio electrónico, para bajarnos los humos, darnos una bofetada de cruda realidad y recordarnos lo insignificantes y vulnerables que somos. Tan vulnerables, que hemos tenido que volver a los métodos de la edad media para contener la propagación de la enfermedad.
Y puesto que todo aquello que está fuera de control genera en nosotros miedo e inseguridad, hemos tenido que luchar también contra la desesperanza, la tristeza, la ansiedad y la depresión. Hemos sido más conscientes que nunca, de que la existencia humana está rodeado de peligros. Peligros compartidos con el resto de ciudadanos del mundo, que han hecho brotar en nosotros sentimientos de solidaridad, empatía y compasión, a la vez que el egoísmo más infame, el odio y la mentira
La pregunta es: ¿habrá obtenido el ser humano alguna enseñanza de tanto sufrimiento, o seguiremos tirando piedras a nuestro propio tejado? Permítanme que una vez más sea escéptico con el resultado del dilema.
La aparición del Manuscrito
Pero no todo han sido tristezas y desesperanzas. El confinamiento ha servido también para hacer una pausa en la ajetreada vida diaria y mirar a nuestro alrededor. Para relajarnos y retomar viejas aficiones, como la lectura, o recuperar aquellos antiguos escritos arrinconados entre los documentos de la librería. Ha sido gracias al confinamiento, que un buen día, como si del comienzo de una novela histórica se tratase, recibí en mi casa un antiguo manuscrito.
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Portada del manuscrito |
Un manuscrito de casi cien páginas, escrito en tiempos de nuestros bisabuelos y tatarabuelos con la estupenda caligrafía del siglo XIX, que permanecía guardado celosamente por su último poseedor: don Carlos Rubio García. Un corraleño alejado de la villa desde hace décadas, con el que el destino no parecía querer ponerme en contacto a pesar de varios intentos por su parte. Han tenido que pasar más de veinte años y un confinamiento, para que esa posibilidad se hiciera realidad. Desafortunadamente para los amantes de la novela histórica, el manuscrito no es anónimo, ni su último propietario está inmerso en ninguna oscura trama o sociedad secreta con las que continuar la narración. El manuscrito recoge simplemente una historia. La Historia de Corral de Almaguer escrita en tiempos de Isabel II por don Gorgonio García Ibáñez: juez de paz, alcalde de la villa y asesor del Infante Francisco de Paula de Borbón, hijo de Carlos IV, hermano menor de Fernando VII y último comendador de Corral de Almaguer.
Pero ¿Quién era éste don Gorgonio?
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El Infante Francisco de Paula (Francisco de Goya) |
Don Gorgonio no era sino uno más de entre los cientos de empleados o “criados” que servían al Infante Francisco de Paula Antonio de Borbón en toda España. Era licenciado en derecho o abogado de los tribunales de la Nación, como gustaba denominarse a sí mismo y se había trasladado a nuestra población en el primer tercio del Siglo XIX para encargarse de los temas jurídicos relacionados con las tres encomiendas que disfrutaba el Infante en nuestra comarca: Corral de Almaguer, Monreal y Montealegre, de cuya administración se encargaba don Ángel López Higueras, otro criado del hijo menor de Carlos IV, comprador de la casa que a partir de entonces llevaría su nombre en la plaza mayor. Debemos aclarar a este respecto, que el mencionado Infante Francisco de Paula disfrutaba también de otras 16 encomiendas repartidas por toda España –gracias a su hermano Fernando VII- lo que lo convertían en uno de los hombres más ricos de la Nación.
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El Infante Francisco de Paula retratado por Vicente López |
Don Gorgonio, por lo tanto, era una especie de “Funcionario Real” del que desgraciadamente apenas conocemos detalles de su vida. Esa falta de información sobre sus orígenes, su persona y sobre todo su descendencia, nos lleva a pensar (como recoge el último propietario del manuscrito) que posiblemente fuera viudo o soltero y que –dados sus escritos- participase de las ideas liberales surgidas con la ilustración, frecuentando en la Corte los círculos masónicos tan de moda en aquella época, con los que se ha querido relacionar incluso a su propio jefe, el Infante Francisco de Paula. En cualquier caso, lo que no cabe duda es que su oficio le permitía disponer de mucho tiempo libre con el que investigar entre los documentos del Ayuntamiento, la Parroquia y la Biblioteca de los Collados, a la vez que se relacionaba en el Casino del Ayuntamiento con lo más granado de la ya decadente aristocracia local. Formó parte pues de lo que se daba en llamar “las fuerzas vivas de la población” entre los que se encontraban: los hidalgos, los curas, los funcionarios, los militares y a partir de la desamortización los nuevos caciques, encargados de quitar y poner jueces y alcaldes a su antojo, y a cuya amistad -qué duda cabe- don Gorgonio deberá sus cargos en el Ayuntamiento.
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El Infante en su madurez retratado como Comendador |
Así pues, como criado del Infante Francisco de Paula, cuyo hijo Francisco de Asís (duque de Riansares) se convertiría en rey consorte, participó también de las ideas monárquicas que habían llevado al trono a Isabel II tras la abolición de la Ley Sálica que impedía reinar a las mujeres, provocando –una vez más- una guerra civil entre los españoles. En este caso, las guerras Carlistas entre los partidarios de la Reina Isabel, denominados
“realistas” y catalogados como de pensamiento más moderno y “liberal” (esto último muy entre comillas) y los partidarios de instalar en el trono a su tío el Infante Carlos María Isidro, de donde recibirían el apelativo de
"carlistas". Los carlistas se encontraban agrupados en Castilla la Nueva en forma de guerrillas o facciones y eran especialmente temidos en Corral de Almaguer y en toda la Mancha, por su ganada fama de crueldad, sus robos y extorsiones a los vecinos y su facilidad para tirar de escopeta y navaja a la primera de cambio, en el más puro estilo bandolero. Eran considerados por lo tanto, de mentalidad fuertemente tradicional y conservadora (abogaban por el absolutismo real, el mantenimiento del antiguo régimen y los privilegios de la nobleza y la iglesia) y se encontraban apoyados por algunos aristócratas, militares y eclesiásticos rurales.
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La reina Isabel II (daguerrotipo) |
Y es precisamente de esta etapa de confrontación entre partidarios de uno y otro bando, de la que tenemos el único documento que nos habla directamente de don Gorgonio. Se trata del somero relato de una escaramuza ocurrida el día 22 de agosto de 1837 durante la primera guerra carlista, a la altura de la caseta de peones camineros que existía por aquel entonces junto al puente de Montealegre. En dicha caseta –siempre según los escritos- don Gorgonio García Ibáñez, su hermano Luciano (guarda mayor de la encomienda de Montealegre), el notario Pedro Gabriel Fernández y los hijos de don Ángel López Higueras (Pablo, Eloy, Cristino, Eusebio y Carmelo) fueron capaces de rechazar ellos solos a 192 quintos que se habían sublevado cuando eran conducidos a Ceuta, tras haber asesinado al jefe del Regimiento de Infantería. Aunque los detalles del escrito rezuman mucho de invención y no poco de fanfarronería, a los supuestos héroes les sirvió para promocionarse y que les concedieran la Orden Americana de Isabel la Católica.
Pero volvamos al manuscrito. No cabe duda que don Gorgonio era un hombre cultivado y de exquisita educación, con bastante cultura general en comparación con sus iguales de la localidad y sobre todo con mucha curiosidad por investigar y descubrir el porqué de las cosas. Es gracias a esa curiosidad, que nuestro personaje, ejerciendo de juez de paz, comenzó a investigar y copiar algunos de los documentos más antiguos de la población, por aquel entonces aún custodiados en las Casas Consistoriales. Una curiosidad de la que no era ajena la influencia de su compañero Ángel López-Higueras, administrador de la encomienda de Monreal y encargado de enviar copias de los documentos más antiguos de la villa a su amigo don Braulio Guijarro, juez de primera instancia de Quintanar y miembro externo de la Real Academia de la Historia.
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Primera página del manuscrito |
Intentando emular pues a su compañero, don Gorgonio se propuso ir un paso más allá y escribir él mismo una Historia de Corral de Almaguer, acudiendo no sólo a los fondos del Ayuntamiento, sino también a los de la Iglesia y a los que guardaban celosamente las grandes familias de la localidad. Con toda la información obtenida y la que fue acumulando preguntando a unos y a otros, don Gorgonio finalizó la presente historia poco antes de morir, sin haberla podido depositar aún en alguno de los lugares en los que don Gorgonio consideraba que permanecerían para siempre: la Parroquia, el Ayuntamiento o quizás la mismísima Academia de la Historia. Sin embargo, la casualidad o quizás la curiosidad, hicieron que, tras su fallecimiento y poco antes de que se desmantelara la casa, la criada decidiera recoger el manuscrito y llevárselo a su casa como si de un auténtico tesoro se tratase. Gracias a ese providencial atrevimiento arropado por el destino y después de pasar por no pocos descendientes de aquella cercana sirvienta de don Gorgonio, el tiempo ha querido depositarlo entre los documentos de mi biblioteca –con el beneplácito de su último propietario- para que dicha Historia sea divulgada entre la población y todos los corraleños podamos conocer esa visión un tanto romántica del Corral de Almaguer de don Gorgonio y, sobre todo, los interesantes datos que nos irá regalando poco a poco el manuscrito.
(Continuará)
Rufino Rojo García-Lajara (Marzo de 2021)
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