No se puede decir que el siglo XIX fuera especialmente generoso con nuestra población. Antes bien, desde mitad de siglo se fueron concatenando una serie de trágicos acontecimientos y desgracias, que enturbiaron la ya de por sí difícil situación de las clases más menesterosas de la localidad -jornaleros y labradores en su mayoría- hasta parecer que el mismo cielo les había enviado un castigo. (No olvidemos que para los clérigos de la época, cualquier desgracia suponía un castigo divino por más que siempre afectase a los pobres).
Para comenzar, la situación de los campesinos había empeorado sensiblemente tras la venta de las enormes propiedades de la Iglesia, el Ayuntamiento y la Orden de Santiago en pública subasta. Y es que como consecuencia de las llamadas desamortizaciones de Mendizábal y Madoz (reinado de Isabel II) se pusieron a la venta la mitad de los terrenos del término municipal de Corral de Almaguer. Aunque la idea original no era mala, pues se trataba de conseguir un mejor reparto de la riqueza y una mayor producción, la realidad es que sólo se consiguió el segundo objetivo, dado que a las mencionadas subastas no concurrieron los agricultores de los pueblos –en su mayoría analfabetos- sino personas acaudaladas, funcionarios públicos y ricos propietarios de la capital, únicos que poseían el dinero y la información suficiente para acudir a las pujas. Como consecuencia de ese cambio de propiedad, en los grandes territorios de Castilla la Mancha, Extremadura y Andalucía, se instaló una nueva y poderosa clase latifundista: Los Caciques, que acabaron por controlar la política y la economía de la nación.
Y como su único objetivo
era conseguir dinero y para ello necesitaban mayor producción, no dudaron en
roturar y deforestar los montes y las laderas de los ríos, hasta desertizar la
comarca. De aquellos polvos, resultarán luego los lodos de los que hablaremos
más adelante.
Ansiosos por controlar la
economía de los municipios, los caciques se hicieron también con el gobierno de
los Ayuntamientos y Diputaciones (poniendo de moda el pucherazo) para así fijar
los precios de los jornales en beneficio propio y empobrecer aún más las
condiciones de vida de los jornaleros. Sin pretenderlo, estaban fijando los
cimientos del creciente malestar en el campo, que acabaría explotándoles en la
cara durante la primera mitad del Siglo XX.
Inundación de 1947 desde la calle alcacer, antes de que existiera el parque |
Como consecuencia de esa
manifiesta avaricia, egoísmo y falta de escrúpulos, los últimos 25 años del
siglo XIX supusieron para Corral de Almaguer el hundimiento definitivo en el
olvido y su relegamiento a pueblo de segunda categoría, del que ya jamás se
recuperó.
Epidemias y
miseria
En medio de este triste panorama
y como resultado del desinterés de esos gobernantes por una mínima inversión,
Corral de Almaguer se convirtió en uno de los pueblos más insanos de la
provincia. La insalubridad era la norma en calles y casas, y la mala
alimentación (a base de gachas de almortas) la tónica habitual en la mesa de
los pobres (más de 300 familias vivían en la miseria,
engrosando la lista de los llamados “pobres de solemnidad”). Faltos de
proteínas y vitaminas, los cuerpos de los campesinos y sus familias se
convertían en objetivos fáciles para todo tipo de enfermedades contagiosas que
sacudían con cierta periodicidad a la población. Viruela, difteria, tos ferina,
poliomielitis, sarampión, tuberculosis, paludismo y otras muchas dolencias
relacionadas con las malas condiciones sanitarias de las casas y la cercana
convivencia con los animales, eran una constante entre los vecinos y producían
una importante mortalidad.
Inundación de 1947 desde el puente grande |
Para colmo de males y como
colofón a tan oscuro porvenir, de vez en cuando aparecía una pandemia
generalizada que barría la geografía española, dejando multitud de huérfanos y
viudas a su paso y provocando tremendas hambrunas en los años siguientes. En
1855 Corral de Almaguer se vio afectado por una terrible epidemia de cólera que
sumió en la miseria a sus habitantes. La hambruna posterior (1856) fue de tal
magnitud, que el propio ayuntamiento tuvo que organizar varias obras públicas
para dar trabajo a los vecinos y exhortaba a los grandes terratenientes a hacer
lo mismo para aplacar la enorme miseria de la población.
Inundación de 1956 desde las afueras de la población |
Plagas e
inundaciones
Sin embargo y aunque no lo
creamos, no acababan aquí las penurias de nuestros abuelos y bisabuelos. Antes
bien, como si los cielos se hubieran conjurado contra ellos, a todo lo anterior
hay que añadir una serie de catástrofes naturales que azotaron sin piedad a la
población.
Circo afectado por las inundaciones de la feria de 1979 |
Debemos aclarar respecto a éste
último punto que, desde la fundación de la localidad, las tierras de Corral de
Almaguer se habían visto inundadas periódicamente por las crecidas del Riansares. Crecidas
que no solían comportar excesivo peligro, dado que nuestros antepasados, con
buen criterio, supieron instalar el municipio en un cerro elevado y rodearlo de
murallas que sirvieran, no sólo para la defensa, sino también para retener la
inundación. Esas riadas, que en ocasiones arruinaban los sembrados cercanos al
río, dejaban a su vez un sedimento de limo, que fertilizaba sobremanera las
vegas y multiplicaba en los años siguientes sus posibilidades de producción.
Conscientes de que el río les daba la vida, por más que de vez en cuando se
cobrase sus derechos de paso, fomentaron la plantación de un sotobosque en sus
riberas, para que ayudase a retener la fuerza de las aguas.
Plaza del Pilar durante las inundaciones de septiembre de 1979 |
A partir del siglo XVI, el
creciente asentamiento de familias, hizo que surgiera otro arrabal en una zona
menos protegida de las aguas, aunque todavía lo suficientemente alta para
mantenerse al margen de la crecidas. El arrabal en cuestión era el de las peñuelas, que se mantuvo al principio apilado en una franja de pequeñas casas
que descendían entre las actuales calles Dimas de Madariaga y la Concepción,
hasta llegar a la antigua ermita del mismo nombre (actual plaza de la
Concepción).
Sin embargo el vecindario siguió
aumentando y los más pobres no tuvieron más remedio que buscar nuevos terrenos
donde construir sus viviendas, lejos ya de lo que dictaba la más mínima
prudencia. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer pequeñas viviendas más
allá de la plaza de la Concepción, rumbo a la puerta del agua (actuales calles
del Agua y de la Piedad), al igual que ocurrió en la franja comprendida entre las
actuales calles Conta y ronda Conta.
El parque en la inundación de 1979 |
A comienzos del siglo XIX este
problema se intentó solucionar excavando el actual cauce del río a su paso por
la población, a la vez que eliminando posibles obstáculos o lugares de
remansamiento de las aguas, como la laguna de la Serna o los tres molinos harineros
que existían antes de la entrada del Riánsares en el municipio. Con ese mismo
fin se construyó también el dique de desagüe conocido como malecón, destinado a evacuar las aguas acumuladas entre el pueblo y
el arrabal en la zona conocida como vega del hondón. Pero todo fue en vano, pues las crecidas
seguían produciéndose y las aguas buscando su curso natural, recordándonos lo
difícil que es poner puertas al campo.
Décadas más tarde y con motivo de
las graves inundaciones de que hablaremos a continuación, se construyeron nuevos
canales de desagüe destinados a aliviar las enormes lagunas que se formaban en
determinadas zonas de la localidad. Surgieron así los desaguaderos de la plaza
del agua y de la calle ramalazo, destinados a evacuar las aguas remansadas en
la puerta del agua (actual plaza del Agua) y en el arrabal (actual plaza del
Pilar).
El puente grande en la inundación de 1979 |
Violentas tormentas con
inundaciones se produjeron durante los años 1847,1860,1864,1888 y
especialmente en 1891. Afortunadamente y después de la llegada del telégrafo en
1887, el alcalde de Cabezamesada solía poner sobre aviso al de Corral de
Almaguer en cuanto observaba crecimiento de las aguas y éste lo comunicaba a su vez a los vecinos de las calles
susceptibles de ser anegadas, para que buscasen refugio en la parte alta de la población. Dichas calles eran las siguientes: Tenerías, Cuerda, Puerta del
Agua, Conta, Santa Ana, Piedad, Concepción, Peñuelas, Pedro Campo, Leganitos,
Mayor, Peligros, Libertad, Monte Alegre, Chacón, Ciega, Sol, Ronda y algunas de
las que descienden del arrabal.
En la fotografía se puede apreciar el centro de Consuegra totalmente arrasado tras la riada de 1891 |
El centro de Consuegra tras la riada de 1891 |
Rescate en los silos de Villacañas tras la inundación de 1893 |
No imaginaban nuestros paisanos lo
cerca que estaba de producirse esa premonición.
La Gran Inundación de Corral de Almaguer
En efecto, durante la tarde del
día 23 de septiembre de 1895 y después de un agobiante día de calor, oscuros
nubarrones se fueron extendiendo por el horizonte haciendo presagiar tormenta.
Nada que extrañase en un verano como ése, que parecía no tener prisa por
acabar. Había sido un buen año de cereales y la climatología había permitido
finalizar las labores del campo sin sorpresas. La feria, celebrada días atrás,
había supuesto también un éxito de ventas, pues se habían efectuado numerosas
compras de animales. Ahora llegaba por fin san Miguel y con ello el momento de
renovar los contratos de campesinos y pastores con los amos, además de ajustar
los jornales y cambiar de casa de labor si se consideraba oportuno.
Las tenerías en la inundación de julio de 1956 |
Lejos de amainar en intensidad,
la tormenta fue creciendo en violencia y el miedo comenzó a hacerse patente
entre los vecinos, que tenían muy presentes los desastres de Consuegra y
Villacañas. Los rezos a santa Bárbara bendita aumentaron en intensidad, pero la
persistente tromba de agua no parecía tener fin. Por las calles convertidas en
auténticos ríos, descendía las aguas buscando las partes bajas de la localidad,
arrastrando cuanto encontraban a su paso y penetrando en muchas de las casas
que se interponían en su camino. El terror invadió a los vecinos en la penumbra
de la noche, al comprobar que los tejados y canalones eran incapaces de
contener semejante turbión, haciendo que el agua comenzara a deslizarse por las
encaladas paredes de tierra que componían la estructura de la mayoría de las
viviendas, inundando suelos y descendiendo en cascada por escaleras y sótanos.
La plaza del agua en la inundación de julio de 1956 |
Todos eran conscientes de que si
continuaba lloviendo de esa manera, el río no tardaría en salirse de madre,
empeorando aún más la inundación. No contaban nuestros paisanos con que las
tormentas también estaban descargando en la cuenca alta del Riánsares y las
aguas iban a precipitarse sobre el pueblo en forma de brutal avenida.
Y es que tras la pérdida de los
montes y arbolados, las aguas, desprovistas de toda vegetación que las frenase,
descendían de forma salvaje por las laderas de cerros y valles formando
auténticas torrenteras en su camino hacia el río. A su vez el Riánsares iba
recibiendo ese furibundo caudal y creciendo rápidamente en altura y velocidad
según avanzaba en su trayecto. Pronto se formó una enorme e impetuosa ola de
color marrón, que arrasaba todo lo que se interponía en su avance:
cosechas, arboles, casas y animales.
Continuación de las tenerías en la inundación del 56 |
Ante la magnitud del desastre y
temiéndose lo peor, el alcalde telegrafió al Gobernador Civil de la provincia
solicitando auxilio y a los puestos de la Guardia civil más cercanos. Entre el
caos generalizado y la total oscuridad, el ayuntamiento intentaba organizar una
cuadrilla de auxilio para que socorriese a las muchas familias que se habían
negado a abandonar sus casas, convencidas de que jamás llegarían las aguas a
tan alto nivel. Afortunadamente la solidaridad vecinal funcionó y muchos
jóvenes demostraron su valor trepando por los tejados y rescatando a familias
enteras.
Aunque los periodistas no lo
recogieron, pues se limitaron a transcribir las crónicas telefónicas, fueron
muchas las situaciones de auténtico pavor vividas por nuestros paisanos. Desde
los que no tuvieron más remedio que pasar la noche en el tejado acompañados por
sus familias y confiando en que sus casas no fueran arrastradas por la
corriente, hasta los que arriesgaron sus vidas trepando por los tejados en
la total oscuridad de la noche (caso de Luciana Leganés, que cruzó diez
tejados con una niña en brazos antes de llegar a lugar seguro); sin olvidar los
que sobrevivieron encaramados a un árbol, o los que estuvieron a punto de
ahogarse en circunstancias mucho más angustiosas, como Nemesia Carrasco, que
sobrevivió junto a dos niñas en la burbuja que formaban dos bovedillas, rezando
para que no subieran las aguas.
Descenso de las aguas en las tenerías. Inundación de 1956 |
Lo asombroso o milagroso –según
se mire- de toda esta terrible tragedia, es que no se produjeran desgracias
personales. Más aún, cuando al regresar la luz del día pudieron comprobar la
magnitud de la tragedia. El espectáculo era dantesco: el centro de Corral de
Almaguer se había convertido literalmente en una pequeña isla rodeada de agua
por los cuatro costados. Desde lo alto de la torre se evidenciaba perfectamente
la enormidad de la catástrofe. Barrios totalmente inundados en los que a duras
penas se vislumbraban los tejados, calles desaparecidas del mapa, cientos de
animales flotando sobre las aguas, junto a todo tipo de enseres domésticos,
colchones, carros y aperos de labranza. El aislamiento de la población era
total, pues las aguas inundaban todos los caminos hasta dos kilómetros a la
redonda. El acceso de las ayudas, imposible.
Los periódicos españoles y
extranjeros recogieron la inundación en sus crónicas telefónicas de urgencia,
calificándola de muy grave, aunque manteniendo la prudencia a la hora de
cuantificar las víctimas, dada la ausencia de datos.
El Riánsares volviendo a su cauce tras la inundación del 56 |
El día 25 por la tarde las aguas
comenzaron a bajar en altura, permitiendo el acceso desde Ocaña por la calle
Real. El gobernador civil, acompañado por ingenieros, médicos y guardias
civiles, pudo hacer su entrada en la población para comenzar a organizar las
ayudas y evaluar los daños. Las pérdidas eran enormes.
Durante los siguientes días se
conocieron los primeros datos:
- 78 casas hundidas por las aguas
- Otras 68 demolidas por los ingenieros de Toledo ante el peligro de
derrumbe inminente
- 150 viviendas con graves desperfectos, entre las que se encontraba el
convento de Clausura
- Más de 50 caballerías ahogadas y más de 100 cerdos, junto a
numerosísimas reses de ganado lanar, conejos y aves de corral.
- Graves destrozos en el puente Garzón y en los demás que atravesaban
el Riánsares y acequia de Albardana. Carretera general rota por tres lugares
diferentes para facilitar la evacuación de las aguas. Pérdida total de las
numerosas huertas y casas de campo cercanas a los márgenes del río y
pérdida prácticamente total de la cosecha de uva de aquel año a causa del
pedrisco.
A pesar de las ayuda inmediata de
1.000 pesetas que adelantó el gobernador civil de la provincia y otras mil que
envió el encargado de las infraestructuras señor Díaz Cordovés (terrateniente
de la localidad), la miseria y el hambre se iban a extender durante los
siguientes años y habrían de pasar décadas hasta que se recuperase la
población.
Casa afectada por la inundación de 1947 |
Hoy, transcurridos más de 130 años de aquella tragedia, el ser humano sigue más empeñado que nunca en alterar el curso de la naturaleza. La ausencia de vegetación es prácticamente total en la comarca, los pozos incontrolados extenúan las capas freáticas, los vertidos, productos químicos y pesticidas, nos envenenan. A pesar de la mejora en las infraestructuras de evacuación de las aguas y el encauzamiento del Riánsares a su paso por la población, las viviendas se han ido extendiendo como setas por las zonas más inundables del municipio (las vegas) al calor de la burbuja inmobiliaria. Una vez más el hombre desafía a la naturaleza pensando únicamente en su interés.
La pregunta es:
¿Se rebelará algún día la
naturaleza? ¿Volverá el Riánsares a exigir sus derechos de paso?
Rufino Rojo García-Lajara (Octubre de 2016)
Fotografías (D. Crisanto Ortega y Archivo fotográfico del Bar Martínez)
Muy buen artículo y que ilustra los recuerdos que en algunos casos nos contaron nuestras abuelas. La de 1956 nuestras madres y la de 1979 pues nosotros mismos.
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