Retrato de Isabel la Católica de Juan de Flandes |
La Leyenda de Al-Shifá o cómo Almaguer se vio relacionado con Bagdad y los cuentos de las mil y una noches
Resulta difícil -que digo difícil- increíble sería palabra
más acertada, pensar que un pequeño pueblo como el nuestro hubiera estado en algún
momento de su azarosa existencia relacionado con la magnífica y fastuosa ciudad
de Bagdad. Casualidades del destino sería la frase más indicada para describir
esa relación, de no ser porque en ella se encuentran también implicados, para
rizar más el rizo y dar mayor aire de inverosimilitud a la narración, los cuentos
de Las Mil y Una Noches y una de las joyas más espectaculares
jamás engarzada por el hombre: El Collar del Dragón.
Todos sabemos que el destino gusta con cierta frecuencia de
enredar las míseras vidas de los seres humanos y, al no conocer de límites ni
fronteras, disfruta en ocasiones jugando con el azar de los pueblos y las vanas
creencias de los hombres, mezclando con maliciosa inocencia remotos lugares y
enfrentados credos, hasta impregnar de confusión las poco desarrolladas mentes
de las personas. Solo de esa manera se puede entender lo acaecido hace casi mil
doscientos años en las cercanías del pequeño pueblo de Almaguer.
Pero comencemos por el principio y de la manera que suelen
comenzar todos los cuentos, es decir: con un “Érase que se era”, a pesar de que
en la leyenda que relataremos a continuación predomina más la realidad que la
ficción y los documentos prueban en todo momento la verosimilitud de lo
acontecido.
Érase pues... que en la deslumbrante y majestuosa Medinat al-Salam o ciudad de la Paz, más conocida como Bagdad, vivía un Califa denominado Harum al-Rasid o lo que es lo mismo, Aarón el Justo. Quinto gobernante de la dinastía Abasida y quizás el más famoso de su linaje, no tanto por el esplendor cultural, científico y económico que llegó a alcanzar su reinado, como por estar considerado el protagonista de buena parte de los cuentos de las mil y una noches que durante tanto tiempo inundaron de exotismo y fantasía la imaginación de nuestros antepasados.
Érase pues... que en la deslumbrante y majestuosa Medinat al-Salam o ciudad de la Paz, más conocida como Bagdad, vivía un Califa denominado Harum al-Rasid o lo que es lo mismo, Aarón el Justo. Quinto gobernante de la dinastía Abasida y quizás el más famoso de su linaje, no tanto por el esplendor cultural, científico y económico que llegó a alcanzar su reinado, como por estar considerado el protagonista de buena parte de los cuentos de las mil y una noches que durante tanto tiempo inundaron de exotismo y fantasía la imaginación de nuestros antepasados.
A pesar de que los mencionados cuentos comenzaban con la
vieja historia de Sherezade y su habilidad para entretener al Sultán a base de
narrarle un cuento distinto cada noche para evitar su muerte, la realidad es
que el califa Harum al-Rasid jamás tuvo que asesinar doncellas como hacía el sultán
del relato, ni tuvo que vengarse de la infidelidad de ninguna de sus muchas
concubinas, pues a lo largo de su vida sintió un especial amor y predilección
por su esposa Zubaida o Zobeida, a la que colmó con todo tipo de atenciones y
regalos. De entre todos los famosos obsequios y fantásticas joyas que Zobeida
recibió de su amado Califa, destacaba por su increíble belleza el Collar del
Dragón. Una formidable gargantilla de oro engarzada de perlas y piedras
preciosas que simulaba la forma de un dragón, aunque no faltó quien quiso ver
en ella la silueta de un escorpión. El resplandor que irradiaba la luz al
atravesar los diamantes, rubíes y demás gemas que componían la joya, producía
tal estado de hipnosis en las personas que lo contemplaban, que desde el principio
las malas lenguas le atribuyeron poderes mágicos y siempre se vio envuelto en
la leyenda.
Quiso el destino que Harum al-Rasid decidiera dividir su imperio entre los tres hijos varones que le dio su amada Zobeida: al-Amín, al-Mamún y al-Qasim, sin sospechar que tras su muerte se enfrentarían entre sí por hacerse con el control de todo el territorio. Como consecuencia de las mencionadas guerras civiles y los consiguientes saqueos de los palacios, el Collar del Dragón desapareció sin dejar huella, haciendo evidente aquel viejo refrán -de posible origen árabe por cierto- que nos advertía de que a río revuelto ganancia de pescadores.
Abderramán II |
Muy apreciado por sus súbditos, entre los que arrastraba
fama de ser duro con los fanáticos cristianos del norte, Abderramán II (el
siervo del Dios misericordioso) era ante todo un hombre cultivado y de gran
sensibilidad, especialmente inclinado hacia la poesía, la música y cualquier
otro arte que rodeara de belleza la grotesca existencia de los seres humanos.
No obstante, el emir presentaba una debilidad que condicionaba todos y cada uno
de los días que Alá (loado sea su nombre) había tenido a bien concederle: le
gustaban con locura las mujeres. De su proverbial capacidad amatoria hablaban
los historiadores musulmanes de la época, cuando recogían en sus escritos que
Abderramán II jamás se acostó con una doncella que no fuera virgen, engendrando
como consecuencia de las muchas esposas que su bien nutrido harén le suministró
a lo largo de su vida, no menos de 87 retoños de los cuales 45 fueron varones y
42 hembras. Pero de entre todas aquellas concubinas que le dieron hijos y
pasaron por lo tanto a ser consideradas como “Umm Walad” o princesas madres,
una brilló con especial intensidad: la toledana Al-Shifá.
Cuentan las crónicas que Al-Shifá era una esclava cristiana
dotada de una extraordinaria hermosura y una inteligencia poco común, de la que
se enamoró perdidamente Abderramán siendo aún príncipe heredero. Con semejante
atractivo, no tardó nuestro personaje en hacerla su favorita y otorgarle el
título de princesa, disfrutando junto a ella de uno de los períodos de mayor
felicidad de toda su historia. Mujer de buenos sentimientos y gran corazón,
nunca mostró recelo ni resentimiento alguno -a pesar del clima de envidias y
conspiraciones que se vivía en el harén- cuando tuvo que amamantar y cuidar,
como si de su propio hijo se tratase, al príncipe heredero Al-Muhammad, fruto
de la princesa Buhayr, primera esposa del Emir. Al-Shifá llegó por ello a
convertirse en toda una leyenda en la Córdoba del siglo IX, engrandeciendo aún
más su figura con la construcción de la mezquita que llevaba su nombre y que se
alzó en uno de los arrabales de la ciudad. No obstante debemos reconocer que si
por algo mereció la princesa ser recordada, fue por el increíble obsequio que
recibió de su amado esposo Abderramán.
Feliz éste último por sus recientes victorias sobre los
cristianos del norte y por el hijo que le había dado su queridísima esposa,
quiso demostrarle su amor haciéndole un regalo que eclipsara los más ambiciosos
sueños de los hombres. No hacía mucho tiempo que por la corte hispano-cordobesa
corrían ciertos rumores sobre la aparición en Bagdad del legendario collar de
la sultana Zobeida. Deseoso el Emir de saber cuánto había de verdad en las
habladurías de la gente, envió a uno de los eunucos del palacio a la antigua
capital persa con el encargo de que indagase de forma secreta sobre el asunto.
Transcurridos varios meses desde su partida, un anciano de origen judío se
presentó un buen día ante el propio Abderramán, llevando entre sus manos el
afamado collar de la sultana. Poco tiempo después el escándalo sacudía las
cortes reales de medio mundo, al trascender que el emir de Al-Ándalus,
Abderramán el segundo, había pagado nada menos que diez mil dinares de oro por
el collar de las mil y una noches. Verdaderamente la generosidad del Emir con
sus esposas no tenía límites.
La ermita de Santa Catalina en el año 2000 |
Quiso el emir en su inconsolable tristeza, que la princesa fuera enterrada allí mismo, en una sencilla sepultura como mandaba el profeta (Alá lo tenga en el paraíso) resguardada de las inclemencias del tiempo por una pequeña construcción al estilo de los “murabits” o morabitos árabes que protegían las tumbas de los hombres santos. Cuentan también las crónicas -aunque de esto no hay certeza- que el Emir dispuso que la princesa fuera depositada en su tumba junto al famoso collar del dragón, para evitar así que nadie jamás pudiera igualar su belleza. Sin embargo, como la codicia de los hombres no conoce límites, la sepultura fue expoliada a las pocas semanas de su entierro, desapareciendo la joya para siempre de la mirada de los hombres. (Bueno, debo aclarar que esto último es un simple recurso literario, pues como veremos más adelante, una joya de estas características no desaparece así como así).
Sea como fuere, el caso es que entre las empobrecidas y
supersticiosas gentes de la aldea de Almaguer y alquerías circundantes, fue
cundiendo el rumor de que la tumba de la princesa Al-Shifá concedía la “baraka”
es decir: que otorgaba la bendición a todas aquellas personas que se dignasen
visitarla para depositar unas flores u ofrecer una oración por su alma. Pasado
el tiempo, el culto a Al-Shifá se fue extendiendo por toda la comarca,
formándose auténticas peregrinaciones en busca de la cura material de sus
cuerpos y la espiritual de sus almas. Se llegó incluso a celebrar un “moussem”
o romería, en la que las buenas gentes colgaban de las ramas de los árboles las
prendas y objetos personales que recordaban el cumplimiento de sus plegarias. Cuentan
también las crónicas, que corriendo el año 852 de nuestra era, el nuevo emir de
al-Ándalus, Al-Muhammad, acudió para honrar el enterramiento de la mujer que lo
había amamantado y criado como si de su propio hijo se tratase, comprobando
emocionado cómo los vecinos de los alrededores velaban por el mantenimiento de
la tumba. Conmovido por el comportamiento de las pobres gentes, ordenó
eximirles de todos los impuestos con la condición de que tuvieran siempre
cuidada la sepultura de Al-Shifá.
Pasaron los años y la comarca acabó finalmente conquistada
por los nuevos señores de la guerra -en este caso los cristianos del norte- sin
que los habitantes de la zona notaran cambio alguno en sus deplorables
condiciones de vida. Únicamente cambió para ellos el nombre de aquél a quien
tenían que pagar los numerosos impuestos que les ahogaban y que en tantas
ocasiones habían dejado sin un mendrugo de pan a sus hijos. Sin embargo, a
pesar de todas estas penurias y muchas otras que no vienen a cuento, los
vecinos de los alrededores siguieron acudiendo y cuidando de la vieja tumba de
Al-Shifá, que de la noche a la mañana paso a denominarse de Santa Catalina por
exigencia de un malhumorado sacerdote de sotana raída, encargado, según él, de
mostrarles el buen camino y conducirlos sanos y salvos al redil. ¡¡Como si ellos
no conociesen mejor los caminos de la zona y supiesen más de pastoreo que aquel
arrugado clérigo!! (Dios lo tenga en su gloria) aficionado en exceso a la bebida
y a otros imperdonables vicios. Fue por ello que la vieja tumba de Al-Shifá se
convirtió de repente en la nueva ermita de Santa Catalina, pues según decía
aquel malencarado abate, había sido también una mujer buena e inteligente que
había renegado de su fe por amor, como Al-Shifá, aunque en este caso de la
pagana y por amor a Cristo.
Retablo e imagen de Santa Catalina en la ermita del mismo nombre |
La ermita de Santa Catalina en la actualidad |
Y con éste último párrafo damos fin a esta antigua leyenda,
verídica como la vida misma, en la que el destino decidió un buen día burlarse
de la estupidez humana mezclando credos y religiones, junto a míticas joyas e
históricos personajes, en un lugar olvidado por aquellos que dicen registrar
las historias de los hombres.
Nota. Esta leyenda está basada en los
textos árabes estudiados por la Real Academia de la Historia, impresos en su
boletín del año 1991, Tómo CLXXXVII. Por su parte, el historiador Gonzalo Álvarez
Anes de Castrillón, recogió también los escritos en los que se apoya ésta
leyenda, en su libro Europa y el Islam (2003). Además la escritora Ángeles
Irisarri, noveló también esta leyenda, plasmándola en sus libros: Perlas para
un Collar (2009) y El Collar del Dragón (1999).
¿Y qué fue del famoso collar del Dragón?
Aunque ya dejé caer en el presente escrito que era muy
difícil que una joya de esas características desapareciera sin dejar rastro,
reconozco que nunca imaginé que el collar de las mil y una noches tuviera una
trayectoria tan errática y un final tan rocambolesco. Verdaderamente al destino
le encanta jugar con las ambiciones humanas.
Porque después de expoliada la tumba, era cuestión de tiempo
que el collar aflorara en poder de alguna persona de singular riqueza. Y
teniendo en cuenta la evolución de Al-Ándalus, a nadie extraño que un buen día
el collar de la Sultana apareciera en las manos del rey Al-Mamún de Toledo, que
gobernó desde 1043 a 1075 la mayor Taifa en que se había dividido la España
musulmana.
A Al-Mamún le sucedió su nieto Al-Qádir, hombre débil de
carácter y poco apreciado por sus súbditos a los que extenuaba con continuos
impuestos. Detalle éste aprovechado magistralmente por el rey castellano
Alfonso VI -antiguo protegido y aliado de su abuelo- para hacerse con el
control de la capital visigoda sin apenas derramamiento de sangre. Como
compensación por su pérdida, Alfonso VI prometió apoyar a Al-Qádir en la
recuperación del trono de Valencia, que también había pertenecido a su predecesor,
pero se lo habían agenciado sus gobernadores. Y es ahí, en Valencia, en poder
del emir Al-Qádir, donde aparece de nuevo el collar de la sultana Zobeida o de
la princesa Al-Shifá.
El tercer propietario del collar adquiere ya tintes de
leyenda, al tratarse nada menos que de uno de los héroes nacionales por
antonomasia. El “sidi” o señor, como fue conocido por los árabes (de donde
derivó la palabra castellana Cid) fue sin lugar a dudas un valiente caballero
famoso por ganar batallas para aquel que lo contrataba. Porque no olvidemos que
el Cid, por encima de la rancia leyenda que le adjudicaron, fue un mercenario
que vendía su destreza con las armas a aquél que más pagase, ya fuese cristiano
o musulmán. Y fue precisamente como pago de la ayuda prestada a Al-Qádir contra
los otros reyes musulmanes de la zona, por lo que nuestro héroe recibió el
valiosísimo collar del dragón. Aunque imaginamos que la que verdaderamente lo
disfrutó fue su esposa doña Jimena.
Cofre del Cid en la catedral de Burgos |
Sepulcros de don Álvaro de Luna y su esposa en la catedral de Toledo |
Retrato de Isabel la Católica (Juan de Flandes) |
La última propietaria conocida del collar de las mil y una
noches fue nada menos que la reina Isabel la Católica. Es difícil adivinar los
conductos por los que la joya llegó a su poder, dado que Isabel de Portugal,
segunda esposa de Juan II y madre de Isabel la Católica, fue en todo momento
enemiga acérrima de don Álvaro de Luna y causante última de su muerte. Claro
que no podemos descartar que Don Álvaro lo adquiriera precisamente como regalo
de bodas para impresionar y atraerse a la susodicha Isabel, segunda mujer de su
íntimo amigo el rey Juan II, sin sospechar el papel que jugaría ésta en lo
tocante a su declive y posterior muerte. Sea como fuere, el caso es que con
Isabel la Católica se pierde definitivamente la pista del famoso collar. Aunque
si creemos en la vieja leyenda -hoy en día puesta en entredicho por numerosos
historiadores- que recogía que la reina Isabel vendió sus joyas para sufragar
el viaje de Colón, resultaría en una nueva vuelta de tuerca del destino, que
gracias al collar de las mil y una noches Colón pudo descubrir América.
¡Cómo para no pensar que el azar se ríe de las ambiciones de
los hombres!
Rufino Rojo García-Lajara. (Octubre del año 2012)
(Todos los derechos reservados)
Vaya, que sorpresa. Por fin un blog interesante en nuestro pueblo.
ResponderEliminarMi enhorabuena Rufino, sigue ilustrándonos por nuestros campos de la ignorancia.
Es todo un placer contar con lectores como tú. Ya sabes que a nadie le amarga un dulce
EliminarBuena suerte Rufino en este blog que ahora empiezas. Ojalá nos hagas disfrutar a muchos, como seguro tú disfrutas recordándonos nuestro pasado glorioso como pueblo.
ResponderEliminarGracias por tu dedicación y perseverancia
Muchas gracias por tu confianza.
EliminarMuy interesante
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarSencillamente impresionante. Saludos desde cabezamesada
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