La Monna Lisa de Leonardo da Vinci (Museo del Louvre) |
Si ya
resultaba difícil creer que Corral de Almaguer estuviera relacionado con la
corte de Bagdad y el collar de las mil y un noches, imaginaos si os cuento
ahora que también lo estuvo, aunque de forma indirecta, con el cuadro más
famoso del mundo: La Gioconda.
Una de las
pocas cosas buenas que tiene el sumergirse entre los montones de documentos y
legajos polvorientos que componen la historia de nuestro pasado, es comprobar
que de vez en cuando surge alguna sorpresa. Caprichoso como siempre, al destino
le gusta jugar con las menguadas capacidades que componen nuestro cerebro y
poner en evidencia las limitaciones de sus rudimentarios sentidos; por lo que
en ocasiones deja caer delante de nuestros ojos: nombres, fechas, sucesos,
detalles importantes que suelen pasar inadvertidos, pero que a veces, sin saber
por qué, iluminan algún punto de nuestra oscura memoria y ponen en
funcionamiento los intrincados mecanismos de la intuición. Encendida la mecha,
se pone en marcha la curiosidad y da comienzo una investigación. Así se inició
la presente historia.
Pero para dar comienzo a este relato, necesitamos primero trasladarnos a la corte del rey Juan II de Castilla, allá por los comienzos del siglo XV. La minoría de edad de éste monarca (tenía tan sólo un año cuando murió su padre y catorce cuando fue coronado rey) estuvo marcada por la división administrativa del reino entre sus dos tutores: de un lado su madre, la inglesa Catalina de Lancaster, y de otro su ambicioso tío, el infante Fernando (futuro Fernando de Antequera) obsesionado por asentar su influencia en Castilla colocando a sus hijos (los infantes de Aragón) en los más altos cargos del reino castellano. Transcurrida la desgraciada infancia del monarca, en la que fue utilizado por unos y por otros, Juan II depositó su confianza en su muy amado paje y posterior valido, don Álvaro de Luna, al que nombró Condestable y cedió las riendas del gobierno, una vez que éste lo liberó del secuestro al que lo tenían sometido sus primos, los infantes de Aragón, en coalición con buena parte de la nobleza. Como consecuencia de la manifiesta debilidad de carácter del monarca -tan típica de los Trastámara- y los plenos poderes otorgados a su valido don Álvaro de Luna, el reinado del padre de Isabel
Pues bien, en medio de este caótico y conflictivo panorama, vino al mundo el protagonista de nuestra historia: don Íñigo López Dávalos
Medallón con la efigie de don Íñigo Lópes Dávalos (Pisanello) Año 1480 (National Gallery de Washington) |
Era don Íñigo el primogénito del tercer matrimonio del Condestable de Castilla Ruy López Dávalos, con la toledana Constanza de Tovar. Su infancia no estuvo exenta de dificultades, pues siendo muy niño tuvo que exiliarse en Valencia con toda su familia, por haber participado su padre, junto con los infantes de Aragón y otros nobles, en el mencionado secuestro del rey Juan II (el llamado atraco de Tordesillas). Como consecuencia de aquellos deplorables acontecimientos y después de que el rey fuera liberado por su valido, éste último amañó un proceso contra el condestable Ruy López Dávalos -al que acusó de connivencia con el rey moro de Granada- desposeyéndolo de todo su patrimonio y dignidades en beneficio propio, pasando don Álvaro de Luna a ostentar desde entonces el título de Condestable de Castilla. Para la familia López Dávalos, el valido del rey se convirtió desde entonces en su peor enemigo.
Sin embargo,
como no hay mal que por bien no venga, como consecuencia de aquellos luctuosos
sucesos nuestro personaje pasó buena parte de su infancia y juventud en la
corte de Aragón, codeándose con los infantes y adquiriendo los conocimientos y
la cultura reservada a los príncipes. Esa misma cercanía, motivaría el que don
Íñigo fuera nombrado caballero de la
Orden de Santiago por el infante Enrique de Aragón -que por
aquel entonces era maestre- y acompañara en 1435 al rey Alfonso V el Magnánimo
(también de Aragón) en la conquista de Nápoles. Participó así en la batalla de
Ponza en la que fue hecho prisionero y enviado a Milán donde, lejos de cumplir
condena, entabló gran amistad con los Sforza y sobre todo con Filipo María
Visconti que le concedió el feudo de Scaldasole desde el año 1436 al 1444.
Gracias a su amplia cultura y afán de conocimiento, durante este periodo
estableció contacto con los grandes mecenas y artífices del renacimiento
italiano, regresando en diversas ocasiones a España cargado de códices y
traducciones de los clásicos. Por otro lado, tan relevantes fueron los
servicios prestados por don Íñigo en las campañas bélicas italianas, que don
Alfonso lo nombró Gran Camarlengo del reino de Nápoles en 1449 y le obsequió
con numerosas propiedades en el sur de Italia.
En España
mientras tanto y para asombro de todos, su archienemigo don Álvaro de Luna,
nuevo maestre de la Orden
de Santiago, confirmaba a don Íñigo en 1445 como comendador de Corral de Almaguer y de
Villahermosa. No tenemos muy claro si esta confirmación, dado el odio que se
profesaban, obedecía a alguna de las últimas disposiciones del anterior maestre
y don Álvaro se limitó a acatar la voluntad de su predecesor, o bien pesaron
más los intereses políticos y diplomáticos con el poderoso reino de Aragón, sin descartar la intervención del futuro rey Enrique IV con el que don Íñigo compartía
su afición por los clásicos, o ya, rizando el rizo, si con ello don Álvaro
intentaba redimir las injusticias cometidas contra su padre tras el amañado
juicio y su apropiación de bienes y títulos. Sea como fuere, lo cierto es que para
el año 1468 nuestro protagonista seguía siendo aún comendador de Corral de
Almaguer.
Alonso Dávalos II Marqués del Vasto pintado por Tiziano (Fundación Getty de Los Ángeles) |
En otro orden
de cosas, don Íñigo López Dávalos se había desposado en Italia (1440) con
Antonella de Aquino, condesa de Montedorisio e hija de los marqueses de
Pescara, con la que tuvo siete hijos que heredarían el título de los abuelos e
iniciarían el nuevo linaje italiano de los Marqueses del Vasto concedido por el
rey Carlos I. A lo largo de su trayectoria en aquel país mediterráneo, don
Íñigo se comportó siempre como uno de los grandes humanistas y mecenas de las
artes en la Italia
meridional, acogiendo en sus palacios a los principales pintores, escultores,
músicos y arquitectos de la época. De esa privilegiada relación con los
artistas del renacimiento italiano, nos habla la medalla de bronce
esculpida por el escultor Pisanello en 1480 (actualmente en la National Gallery
de Washington) en la que aparece la efigie de don Iñigo como Gran Camarlengo de
Nápoles vestido a la manera florentina. Cuatro años más tarde (1484) nuestro
personaje moría en aquella misma ciudad.
Pero si
interesante fue la vida del comendador de Corral de Almaguer don Íñigo López
Dávalos, no lo fue menos la de sus siete vástagos, cuatro varones y tres
mujeres, destinados a unirse en matrimonio con algunas de los linajes más reputados
de Italia: Colonnas, Gonzagas, Farnesios y Roveres. De entre todos
ellos, sobresalieron con luz propia: don Alonso Dávalos, cuarto Marqués de
Pescara y segundo del Vasto, militar de renombre a las órdenes de Carlos I al
que Tiziano inmortalizó en dos de sus famoso cuadros; y sobre todo su hermana,
Constanza Dávalos y Aquino, duquesa de Francavilla y mujer de gran belleza y
valentía, a la que los poetas dedicaron numerosos sonetos en Italia. Viuda
desde su tierna juventud por la muerte de su marido Federico del Balzo y Aragón,
la conocida como triste Constanza acogió durante décadas en los salones de su
castillo de la isla de Ischia (frente al Vesubio) a lo más granado del
renacimiento italiano, actuando además con gran valor en la defensa de la mencionada
isla contra los franceses (1501) lo que le valió el título de Princesa de
Ischia por parte del emperador.
Castillo y palacio aragonés de doña Constanza Dávalos en la Isla de Ischia (en la bahía de Nápoles) |
Su memoria
hubiera quedado relegada para siempre a la isla de Ischia, de no ser por el
revuelo levantado a comienzos del siglo XX por el escritor italiano Adolfo Ventura y
el filósofo Benedetto Croce, al identificar a Constanza Dávalos con la
Monna Lisa de Leonardo da Vinci, basando sus teorías en el llamado
“Códice de Rima” escrito por el poeta Enea Irpino en tiempos de Leonardo. Aunque
en la actualidad parece tener más aceptación la hipótesis de que la retratada
es Lisa Gherardini, mujer de Francesco de Giocondo, no deja de ser una más de
las muchas suposiciones que, con mayor o menor acierto, se han vertido a lo
largo de los siglos sobre la identidad de la mujer de la enigmática sonrisa;
por lo que, mientras no se demuestre lo contrario, nosotros preferimos
quedarnos con la versión ciertamente interesada -pero recogida incluso por el museo del
Prado- en la que no se descarta que la dama retratada por Leonardo da Vinci pueda
corresponderse con Constanza Dávalos y Aquino, duquesa de Francavilla, princesa
de Ischia e hija del comendador de Corral de Almaguer.
La Monna Lisa del Museo del Prado |
http://www.albakits.com/DAVALOS.htm
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